sábado, 26 de julio de 2008

Armando Romero. Doctor Honoris Causa. Discurso

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http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com Cali, Colombia.
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ACTUALIZACIÓN A FEBRERO 2, 2011
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Armando Romero (caleño), con "CAJAMBRE, O las aventuras de mis tres tíos",
ganador del II CONCURSO DE NOVELA CORTA "CONCEJO DE SIERO" .
Información y detalles: http://www.ayto-siero.es/index.asp?MP=2&MS=30&MN=2&id=368, 01/02/2011.
Armando Romero , http://ntcpoesia.blogspot.com/2008_07_26_archive.html , nació en Cali, Colombia, en 1944, donde perteneció al grupo inicial del Nadaísmo.
Viajó y residió en varios países de América y Europa, para después doctorarse en literatura latinoamericana por la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos.
Es autor de varios libros de poesía, de cuento y de varias novelas.
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Auroraboreal, 19 Feb 2011. Primer capítulo de la novela Cajambre.
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Doctor Honoris Causa
Universidad de Atenas, Grecia.
14 de abril del 2008.
Palabras pronunciadas al recibir el Doctorado
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(Click sobre las imágenes para ampliarlas. Click en "Atrás" en la barra para regresar al aquí)
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La Decana de Humanidades, el Rector y la Jefe del Departamento de Lenguas Extranjeras.
Armando Romero interviene y agradece.
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Una lección de geometría*
ARMANDO ROMERO
Palabras pronunciadas al recibir el Doctorado. Agradecemos al autor el envío del texto.
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En aquel entonces Grecia no era un país, era un lugar del espíritu. No teníamos que ir muy lejos para alcanzarlo todo con la imaginación. Éramos niños. Con una tabla de madera abandonada, mi hermano y yo hicimos un cuadrado que luego cuadriculamos en blanco y negro, y con figuras de cartón, enhiestas en tapas de gaseosa en cuyo fondo derretimos cera, formamos las piezas de nuestro primer tablero de ajedrez. Y allí estaba Grecia toda entera, su mar Egeo, sus islas, su Peloponeso, su Ática reluciente, y los guerreros de esa Iliada que siempre nos acompaña en el ir del viaje, su Odisea en el retorno.

Día a día reconstruíamos en el tablero esa guerra milenaria, reinventando a veces la historia, escribiéndola de nuevo acorde a nuestros descuidos o nuestra astucia. Era en la Cali del 50, ciudad de un valle encerrado entre montañas, y en Colombia, país azotado por la feroz guerra civil entre liberales y conservadores. Persecución y muerte en los campos y las ciudades, guerra sin héroes, sin rostro, guerra abstracta y diabólica cerrada a la imaginación. No. Nosotros no queríamos esa guerra, y con nuestro cuadrado tablero de ajedrez nos íbamos a ese otro lugar del espíritu, allí donde las batallas entre griegos y troyanos hablaban de valor y tragedia, inteligencia y amor. Donde los muertos encontraban el solaz de los dioses y no el polvo de la tierra de una calle desolada, la nada del sino sangriento que nos cobijaba.

Nuestra niñez empezó a ocultarse bajo el peso de los reglamentos de la educación, sin embargo esas palabras que se desprendían del allá griego y el hoy de nuestros libros empezaron a danzar como extraños seres en el salón de clase, en las calles de algarabía y carros, formando figuras de un país en sueños, metido entre los parques de árboles calcinados por el sol del trópico: Clitenmestra, Apolo, Egeo y Tracia, Macedonia y Aristóteles, Atenas y Praxiteles, Platón y Safo, ni orden ni concierto, sólo ese ruido que contra el paladar daba pie de nuevo a la imaginación.

Es por esos años, al despertar de la década del 60, convulsiva y rebelde, que acompañado ahora por los poetas vanguardistas, “geniales, locos y peligrosos”, como nos llamábamos a nosotros mismos, cuando mis manos se dedican a tirar versos como piedras contra los cánones de la literatura colombiana, o piedras como versos contra las vitrinas del poder. Eran los años de decir no y basta a la violencia del país, pero con la violencia de nuestras uñas sucias, de nuestros zapatos rotos listos al puntapié. Entre lo poco que salvaba nuestra ira estaba un hermoso poema de Álvaro Mutis titulado Moirologhia.

De la noche a la mañana, surgidos de una fuente milenaria, dos nombres grandes como soles nos vienen a iluminar, haciendo realidad ahora ese ruido del paladar: Kavafis, Seferis, repetimos sin cesar por las calles de Cali hasta Bogotá y Medellín. Debo anotar que la poesía de Kavafis era conocida en Colombia desde la década del 40 cuando se tradujeron en Bogotá sus poemas, gracias a las versiones al francés y al inglés; y Seferis llega con un despliegue mayor en los periódicos nacionales cuando obtiene el Premio Nobel.

Grecia estaba ahora con nosotros en la irreverencia de Kavafis, en su ser histórico como marco de una ciudad en la diáspora: Alejandría; en sus hermosos poemas que más que una pregunta, eran una respuesta contra todos los convencionalismos, un salto al amor sin fronteras. Y asimismo se nos presenta Seferis con la alta majestad de sus versos donde bebíamos todas las aguas de Grecia, la luz de las islas conjugándose en la belleza de la mujer amada, uniendo el mito con la historia, unión sagrada que marca con su sello la realidad de la cultura griega. Allí estaban, frente a nosotros, sus manos mutiladas de poeta atrapando en el sueño y la vigilia esa cabeza de mármol que lo dice todo con sus ojos abiertos a lo eterno.

Más en lo personal, en la intimidad de mis días de amplias lecturas de hombre joven, Alfonso Reyes, el poeta y ensayista mexicano, y Jorge Luis Borges, maestros los dos del siempre al ahora, me entregan con la claridad de sus palabras el mundo clásico griego. Ellos trazan las líneas que nos unen a los latinoamericanos con nuestra cultura occidental. Reyes nos demuestra que el pensamiento helénico estará siempre con nosotros. “Todos somos griegos en el destierro”, precisa Borges en una entrevista luego de su viaje a Grecia. Ya antes ha declarado en Creta que estará siempre en Grecia.

En este juego de apariciones paralelas en mi construcción del mundo griego dos nuevas figuras parten la década del 60 en dos: Zorba y Katzimbalis, la fuerza vital que viene a poner carne y hueso danzante a las reflexiones de Reyes y a las paradojas laberínticas de Borges. Producto más de la imaginación de Kazantzakis y de Miller que de una realidad tangible, estos dos seres de la literatura serán el mito, el emblema del mundo griego que todos queríamos cargar. La complementación del círculo que de Platón a Aristóteles nos da mito y razón,

Debo regresar a Borges porque aquí comienzan también mis días de destierro que ya son la vida. Colombia empieza a quedar atrás como esa isla que el horizonte devora para dar paso a otras islas, otros territorios. Itaca es ahora todo un continente, algo abstracto y concreto creado por una multiplicidad de rostros, de encuentros y choques culturales, de montañas y valles y mares inmensurables. El viaje y la poesía se aúnan en el diálogo con esa realidad americana que no es necesario comprender, sino intuir, sentir. Descubrir América no era encontrar otra tierra sino ir al corazón de uno mismo. Y la brújula eran los poetas que me señalaban la dirección precisa, esos hombres en las calles de las palabras que creaban la única realidad concreta de lo americano, sueño siempre en el sueño.

La anunciación de que el mundo griego, con su gente y su geografía, se aproximaban a mí llegó un día en Chicago cuando un amigo me habló del Monte Athos y puso a reverberar en mi interior ese tema siempre recurrente desde mi infancia de monjes y monasterios.

Muchas líneas se van a cruzar ahora como si fueran las líneas de las manos de dioses ocultos, oscuros. Es el azar fortuito, dirían los surrealistas; es la vida, dirían los que de eso saben. Debo decir que de la noche a la mañana de un día a mediados de la década del 70 todo fue Grecia para mí, una puerta se abría y yo entraba a un mundo que ya no era el sueño y su aliada la literatura, sino la realidad del amor y la poesía trasformados en seres y formas del mundo griego. Todos llegamos a nuestra Itaca un día, me decía yo volviendo sobre los ejes de mi destierro, comprendiendo que el camino por las tierras de América me había llevado a Grecia. Y ahora se unían todas esas líneas trazadas desde la infancia. Konstantinos Lardas, tío de mi esposa, poeta de luz extraída de las piedras de Ikaría, me enseñó sus traducciones de las Moirologia, esos cantos que Álvaro Mutis había traído ya en mi juventud, y por su intermedio el mundo de los poetas griegos vino a mí, y así fue Katherina Angelaki-Rooke y su casa mágica en Egina donde reina el espíritu de Kazantzakis, y donde encontré también por primera vez a Tassos Denegri, poeta del ser y suceder ahora y siempre; y en el Hotel Gran Bretaña fui del pasado al presente de la poesía griega tomado de la mano de Nikos Gatsos, grande entre los grandes, quien allí me explicó que Amorgos venía de Amor, en español, y me habló de Seferis, de Katzimbalis y de Henry Miller. Los mitos de mi juventud, los ejes de mi imaginación, eran ahora historia, realidad. El círculo se abría y se tornaba en una espiral que me llevaba a un centro que estaba tanto adentro como afuera.

Muchos son los poetas que al afecto y la admiración me unen, pero debo ir hacia la tierra griega, hacia su gente, sus mares e islas, decir lo que fue para mis ojos ese impacto de luz y piedras, la presencia del ser griego, las formas y fondos de su existir, la familiaridad sonora de la lengua griega que endulza mis oídos como música propia, todo ello aunado a un continuo descubrirme en mi ser americano, caja de resonancia que me llevaba a oír mis propias voces, las de mi gente allá en Colombia.

Luego de dar una vuelta por Santorini, Creta, Rodas y Patmos, llegué a Ikaría el verano de 1987, allí donde estaba como centro el corazón de la familia de mi esposa Konstantina, ahora mi familia griega, y ellos todos me señalaron que Grecia no era sólo un lugar del espíritu, sino también la realidad tangible, y que yo estaba allí para ser uno más entre mar y piedras, uno en la Grecia que abre y cierra los ojos todos los días.

Van los años y así se suceden los seres amados, los lugares inolvidables, el encuentro a cada paso con los mitos que había sembrado mi imaginación con el tiempo. Las calles de Ano Petralona me traen la frescura de la vida diaria, Kifisia la maravilla de la naturaleza, Maroussi y los recuerdos de mis lecturas, Plaka y el rostro de los que llegan de las islas, el Pireo y la magia de sus nombres, Xioloxirti, Perdiki, Micenas, Koundoumá, palabras como frutas en la boca, la fuente Castalia donde bebí para saciar todas las sedes, el Monte Athos donde vi que el tiempo se detenía en lo sagrado, que circulaba eterno en lo humano, así como todos los templos que al celebrar a Dios nos hablan de los dioses, los que siempre están allí para darnos el camino claro por el laberinto de lo que somos, y qué no decir de esos otros templos a la amistad como son las tabernas donde el vino y las viandas nos recuerdan que Grecia está hecha no sólo de silencio, sino también de palabra.

Permítanme concluir con este recuerdo que creo sintetiza mejor lo que he querido decir con estas palabras anteriores que el sentimiento torna imprecisas.

Un día en la primavera de 1991, mientras estoy escribiendo en Atenas mi novela Un día entre las cruces, decido tomarme un descanso y viajo a Egina para saludar a mi amigo, el pintor Andrea Phocas. Es un día muy hermoso, esplendente, donde los ojos pueden gozar el infinito si así se lo proponen. Luego del almuerzo y mientras Andrea y su esposa toman la siesta, me dirijo a lo alto de su casa, una amplia terraza que tiene como vista el mar y gran parte norte de la isla, y allí me quedo contemplando lo que sé que siempre será la belleza, ese ver las islas del golfo Sarónico al fondo, enmarcadas por el Ätica, Corinto y el Peloponeso. Y allí estoy por mucho rato cuando de pronto siento que Andrea está a mi lado y mira el mismo paisaje con detenimiento. Nada digo, sólo una sonrisa para indicarle que creo comprender. De pronto él me pregunta: “¿Díme, qué ves allí en ese paisaje?” Balbuceo algo así como que no puedo poner en palabras la maravilla de belleza que está frente a nosotros. “Mira bien, debes ver”, insiste Andrea. Pero lo que veo con cierta sorpresa es que mis adjetivos de maravilla no encontraban aceptación en sus ojos. “Mira bien”, vuelve a repetir casi como con una súplica. No puedo contestar más y me quedo en silencio. Y luego de un momento de espera, Andrea sin mirarme dice: “Geometría, esto es geometría”. Entonces comprendí.
Muchas gracias.
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*Palabras pronunciadas por ARMANDO ROMERO http://asweb.artsci.uc.edu/Taft/profs/cv/RomeroCV.doc al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Atenas, http://uoa.gr/ , http://uoa.gr/uoauk/uoaindex.htm , Grecia, el 14 de abril del 2008 (1) .
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(1) En NTC … 284 http://ntcblog.blogspot.com/2008_03_30_archive.html Numeral 2, publicamos información sobre esta distinción por la cual nos alegramos y felicitamos al Poeta Armando.
Él estará en Cali este Octubre 2008 para participar en la Feria del Libro Pacífico , el Seminario Jorge Isaacs y en el Homenaje al Nadaismo en sus 50 años. Ya confirmaron visita para este homenaje el poeta venezolano Juan Calzadilla y el peruano Miguel Angel Zapata. Será un evento que llevará por título “El Nadaismo Contra Si Mismo”.
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COMENTARIOS Y DIÁLOGOS
*** de Carlos Vidales < carlos@bredband.net > http://hem.bredband.net/rivvid/
para NTC fecha 27-jul-2008 3:24
asunto SV: A. R. Honoris. Palabras
Gracias, NTC ... .

Muy bonito discurso. Tal vez nos dé alguna de las claves de por qué los griegos inventaron la geometría. No digo que solamente los paisajes griegos sean geométricos. Digo más bien que desde hace tres mil años, solamente los ojos griegos, por alguna razón que no alcanzo a comprender muy bien, han sido capaces de ver las matemáticas y la geometría contenidas en cada paisaje. Me gusta recordar que Hipaso de Metaponto, según me ha contado el burro Pantxo , que lo iba cargando en aquella ocasión, miró durante un rato la pirámide de Cheops y luego dijo: "Esa vaina no es una pirámide, esa vaina es un teorema que voy a enunciar así: en un triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados levantados sobre los catetos es igual al cuadrado levantado sobre la hipotenusa".
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Hipaso de Metaponto tenía ojos griegos y por eso, al mirar las caras de la pirámide, observó que eran cuatro perfectos triángulos rectángulos iguales, que descansaban cada uno sobre su hipotenusa. La base de la pirámide debía ser, necesariamente, un cuadrado de la tal señora hermana hipotenusa. El resto era solamente una inevitable conclusión lógica.
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Me cuenta el burro Pantxo que, influido como estaba por la cultura hebrea, que siempre exige dar nombre a todas las cosas (había sido asno de la tribu de Abraham durante muchos años), preguntó a Hipaso: "Y qué nombre le pondrá Su Merced a este nuevo teorema tan chévere?"
"Pues le llamaré Teorema de Pitágoras -respondió Hipaso-, porque yo soy hijo de la Escuela Pitagórica y, en consecuencia, cada descubrimiento mío solamente es el desarrollo lógico de las premisas teóricas del Gran Maestro".
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Dice el burro Pantxo que aquellos griegos tenían un concepto muy honorable de la idea del copyright.
Pos eso y un abrazo. Carlos . http://hem.bredband.net/rivvid/
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Actualizó: NTC … / gra Jul. 26, 2008, 6:35 AM