lunes, 15 de septiembre de 2014

Llueve, llueve como en estos poemas. Por Claudia Patricia Mantilla Durán. / La poesía de Ramón Cote Baraibar

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En su 2a. etapa, provisional,
publican y difunden 
NTC … Nos Topamos Con 
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Llueve, llueve como en estos poemas

Claudia Patricia Mantilla Durán

La lluvia es una cosa
  que sin duda sucede en el pasado
                                     (Jorge Luis Borges)

Cuando evoco la poesía de Ramón Cote Baraibar viene a la memoria uno de sus poemas lleno de imágenes,  rotundo,  en el que unas cerezas heladas cortan los labios de unos niños:   Granizo y cerezas, así se llama. También una serie de ventanas donde vemos pasar el milagro de los seres y las cosas, como en su poema Nido de las águilas donde descubrimos la dorada y misteriosa Lisboa.

Ahora que me sumerjo en su más reciente libro, Como quien dice adiós a lo perdido -verso que retoma de Eliseo Diego-, tengo la sensación de la persistente nostalgia del que contempla lo que se ha ido y no volverá.  O regresará tan solo en el recuerdo bajo la forma de un poema que luche por la permanencia.

No es casual que Ramón Cote considere que el poder de la poesía consiste en capturar lo perdido, volver a darle una nueva vida a algo que estaba ya muerto, el olvido, por ejemplo,  “la poesía tiene esa capacidad enorme de recuperar la cosas, estos poemas son de alguna manera poemas de recuperación”.

 

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Es otra vez octubre

Es otra vez octubre y mi memoria
se abre al recuerdo para encontrar
ese hilo de luz remota que me lleve a esas ciudades
de la India y su cautela a la entrada
de los templos, con los pies descalzos, dejando atrás
ese polvo amarillo de sus carreteras
interminables y suicidas.

Allí estuve y sin embargo tan lejos está
ese pasado mes de octubre. El recuerdo exige
una ceremonia solitaria para lograr cierta exactitud,
para tocar ese punto cardinal
y respirar en el aire esos jazmines
que me devuelven hasta allí,
sin vanas nostalgias ni engañosos espejismos.

Si lo que fuimos es lo que somos
y si lo que nos sucede hoy será lo que seremos,
entonces le pido a las palabras que sean
sólo presente constante, transparencia pura
y encarnación de ese octubre
de hace tan solo un año, para no separarme
jamás de la penumbra de ese atardecer donde el canto
de los pavorreales entre los árboles
retumbaba en medio de los templos destruidos
mientras la luna como un metal reciente,
sin labrar aún, anunciaba desde lo alto la llegada
de la primera noche del primer día de la creación.



En este libro siempre hay alguien que observa el trasfondo de la vida y,  así como la maduración de un fruto hace que caiga por su peso, por su tiempo, la memoria en estos poemas se desgrana en un ritmo espaciado donde mirar es acariciar y reflexionar a su vez, fijar los momentos más luminosos o devastadores, todo dentro del dominio del poema que aspira a la belleza, a lo eterno. 

Mis muertes

A los dieciséis años
uno de mis mejores amigos del colegio
se pegó un tiro en la cabeza
por una decepción amorosa.
A los treinta y nueve
mi más admirado profesor de literatura
murió de hipotermia en un río,
por salvar a su perro que se ahogaba
bajo una engañosa capa de hielo.
A los cuarenta y cuatro
un poeta norteamericano que acababa
de conocer desapareció para siempre
en una remota isla al sur del Japón
por ver de cerca la boca de un volcán.
Muchos dirán con sangre fría
que la impaciencia del primero,
la extrema confianza del segundo
o el imprudente proceder
del tercero, fueron la causa determinante,
como si esas explicaciones pudieran alterar
la gravedad de los resultados.
A lo largo de la vida
uno va acumulando muertes
y se empieza a pensar sin quererlo
en cuál de esas será la suya,
si será por amor, Sergio, por lealtad,
Eduardo, o por valentía,
Craig.



Sorprende también encontrar un tono irónico porque,  la ironía es una inteligencia que emociona, más aún cuando se trata de poesía.  Así lo advertimos en  Mis contemporáneos.

MIS CONTEMPORÁNEOS (O CRISIS DE IDENTIDAD TARDÍA)

Mirando la cara de mis contemporáneos
me extraña que yo aún no tenga
la cara de mis contemporáneos.
Me explico: cuando los veo en las fotografías
que aparecen en los periódicos o en las revistas
veo en ellos ya una resolución facial,
una contextura ósea, un aplomo, un cráneo definido,
pero cuando me miro no me veo así de ajustado,
de propicio, de sereno y seguro como los tiempos mandan.
Pero al parecer este nunca va a ser mi caso
pues inevitablemente siempre salgo en las fotografías
con cara de perro perdido en una autopista,
con cara de decir adiós a lo perdido,
con cara de turista extraviado en Madrás,
con cara de llamarme Patricio, Bonifacio, Agustín,
Benigno, Arturo, Carlos Mario, Ismael, si no os importa.
Nunca como mis contemporáneos.
Envidio que sus fotos se repitan y se vean
iguales o parecidos a la edad y oficio que tienen. Yo solo veo
en mí lo que no es de mí. Es más, para ahondar en el error
no me reconozco ni a los veinte ni a los treinta ni a los cuarenta,
porque solo advierto el extravío, la carencia
o la equivocación y todos los que aparecen allí,
sobre ese pedazo de papel esmaltado, son tan distintos
que parece que se las hubieran tomado
a otra persona, a un desconocido, a Nadie.
Sé que todos se aproximan a los cincuenta y ya es hora,
me digo, de adquirir cierta rotundidad o estremecimiento,
pero no lo veo en mí fácilmente. Algo se me oculta
en el que me dice que soy. Siempre me hace falta la foto
definitiva en la que al fin pueda decirme a mí mismo
que ese soy yo, uno de mis contemporáneos,
pero tal parece que existe una conspiración
para que eso no suceda. Una fotografía, una máscara
al menos, por favor. Y pensar que ni siquiera
he podido a lo largo de estos años hacerme un retrato
con mis propias palabras pues estas, al revelarlas,
siempre salen borrosas. Eso nunca les pasa
a mis contemporáneos.


Mientras escribo estas breves líneas llueve, llueve como en estos poemas.

Autorretrato de la lluvia

Con esta lluvia que cae y que golpea la ventana
se despide octubre, elaborando una teoría
nocturna de la abundancia y de la carencia,
haciendo un balance entre lo que se escapa
y lo que se queda, mientras escribe
signos a ciegas y traza flechas que van de la angustia
al sosiego, del presente al laberinto sin salida
de la memoria, de la muerte
a sus demoliciones, como si el vidrio fuera el tablero
de una caótica demostración matemática.

No sé por qué razón quiero que la lluvia caiga
cada vez más fuerte, con verdadera convicción,
con total contundencia.  Quizá sea
porque su repetida multiplicación me oculta
en esta noche de tormenta, me protege del presente,
me borra de mañana,      quizás porque en su desorden
                                                                                 puedo ser
también su música.  Por la ventana resbalan uno a uno
los rostros que me esperan, la cara que tendré el próximo año,
tal vez un treinta de octubre.
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Cote Baraibar en la Feria del Libro de Bucaramanga, Ulibro 2014, 25 al 30 de agosto, 2014 ( 1 )

Ramón Cote Baraibar 
Esta foto y la del inicio son del periodista Pastor Virviescas 
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Audio: 

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El libro Como quien dice adiós a lo perdido 
en la web de la editorial Valparaiso. Granada, España


Páginas 82. Dimensiones 13.5 cm x 21 cm. Febrero de 2013

Allí fragmento del texto publicado por Jotamario Arbeláez, en El País de Cali
-
En Amazon

De allí se tomaron las carátulas
...


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