sábado, 28 de septiembre de 2013

ÁLVARO MUTIS. Por Julio César Londoño (2 textos) y por Medardo Arías Satizábal. NTC ... Compilaciones sobre ÁM.

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Las agonías del estilo

Por: Julio César Londoño
Julio César Londoño

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Con la venia de sus lectores, la viuda, Santiago y los gatos, hay que decir que Álvaro Mutis no fue un gran narrador

No es fácil entender por qué fracasó en esa tarea un señor que tenía mundo, oficio y buen pulso, amén de que se movía como pez en el agua en el circuito de los editores, los escritores y los medios de comunicación.
Quizá el problema estribó en que escribía muy bien. Quiero decir que su prosa tenía mucho relieve, y la narrativa es un asunto de prosas planas, como las de Balzac, Carver o Vargas Llosa. Por eso los grandes estilistas no han sido buenos narradores, con las anómalas excepciones de Gabo, Proust o Marai, señores que triunfaron pese a su virtuosa facundia. Por eso un estilista como Capote renunció a la prosa delicada y adoptó una reseca para escribir A sangre fría, la obra a la que debe su fama y que opacó por completo a sus otras novelas, todas talladas a mano (y todas mejores que A sangre fría, paradójicamente). Sabía demasiado, dice el criminal. Tenía mucho estilo, podría decir el crítico.
Un estilo con mucha textura no sirve para hacer cuentos, digamos, porque entonces el lenguaje se vuelve protagonista, y el cuento, se sabe, es una forma sintética y esencial cuyo protagonista debe ser el argumento.
Tampoco es aconsejable un gran estilo para hacer novelas porque el autor se siente mucho y el lector se distrae. O desconfía... No puede abandonarse al relato, sumergirse en la historia. Una “prosa elevada” en la novela es impertinente, empalagosa como esos presentadores que hablan mucho, como un partner vanidoso o una segunda voz muy alta. Los protagonistas de las novelas deben ser los personajes, no el lenguaje, ni mucho menos el escritor.
El lenguaje puede ser muy visible en el poema porque se trata de un género pretencioso por definición. Y corto.
Otro problema serio fue el tamaño de Maqroll. Mutis no fue capaz de crearle antagonistas a su altura, y Maqroll se quedó sin el contrapunto que requiere un performance memorable. Uno es de la estatura de su enemigo más alto, se sabe, y Maqroll está rodeado de caracteres muy frágiles. Maqroll eclipsa a sus personajes, de una manera similar a la sombra que Mutis arrojó sobre su obra. Ante Mutis, siempre tengo la sensación de que hay más anécdotas que narrativa, más biografía que obra. O como le dijo una vez la condesa Elena Poniatowska: “Usted es mejor conversado que leído” (claro que ella se estaba desquitando porque él le había dicho minutos antes: si tuvieras cinco centímetros más de estatura, hasta los ángeles bajarían a la novelería).
Es por esto que Mutis pertenece a la segunda división del Boom, con Asturias, Donoso, Fuentes y Vargas. También, hay que reconocerlo, porque le tocó un vecindario difícil: ¡Borges, Gabo y Rulfo! De malas el hombre.
Mutis fue casi un genio. Esa fue su tragedia.
Los que saben, dicen que en realidad era poeta; que con él, la naturaleza deja de ser escenografía y pasa al primer plano con peso y carácter específicos. Es verdad. Aunque por la misma época (los años cuarenta) Neruda y Aurelio Arturo estaban haciendo lo mismo, Mutis tiene el mérito de que era mucho más joven. Dicen que Amén es un poema perfecto. Es bello, sin duda, pero tiene un defecto fatal: arranca con un verso insuperable: “Que la muerte te acoja con tus sueños intactos”, dice Mutis, y ya no puede decir nada mejor, y el lector siente que el poema decae. Tenía que haber cerrado con ese verso.
No logró colarse en el salón de los inmortales pero en cambio tuvo tratos muy íntimos con esa zorra arisca, la felicidad. Como Wilde, habría podido decir al final: “En mi vida puse mi genio, en mi obra apenas el talento”.
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El día que Mutis lloró

Por: Julio César Londoño
Julio Cesar Londoño
EL PAÍS .com , Cali, Septiembre 25 de 2013 - 23:46 http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/julio-cesar-londono/dia-mutis-lloro Impreso Sept. 26

Cuando Gabo se fue a vivir a México D.F., ni los vecinos se enteraron. Cuando llegó Álvaro Mutis, en cambio, la ciudad cayó a sus pies. Alto, bello, talentoso, divertido y con una chequera de la Esso en el bolsillo, era virtualmente imbatible. La condesa y escritora Elena Poniatowska lo describe así: “Es el salvador de las fiestas.
Seduce a la Duquesa de Altamira, a la Marquesa de Villamarcilla… Sus carcajadas levantan la fiesta como las burbujas al champagne, y nada le gusta tanto a una mujer como sentirse espuma... Cuenta chistes, imita a Cantinflas, habla de Goethe, de Brigitte Bardot y de las Misas Negras. Declama en francés y dice adivinanzas en slang. A los europeos les habla de Siam y a los sudamericanos de Europa. Posee lujosas y muy raras ediciones limitadas. Con Octavio Paz habla noches enteras sobre las relaciones entre la mística y el porvenir del hombre.
También a Paz lo seduce. Tiene con qué. Cosmopolita, culto, sensible, bondadoso, mundano, es el rey. Nada se le atora. Su charme derrite. Álvaro Mutis parte plaza. Cruza los salones como un acorazado y su risa y sus ojos son rompevientos, rompeolas, rompecorazones...”.
Una de las derretidas fue ella misma, la condesa Poniatowska, pero Mutis apenas reparó en ella.
Después la fiesta se complicó. Mutis desfalcó a la Esso (lo que será delito mas no pecado) y fue a parar a la cárcel.
La condesa empezó a visitarlo y Mutis la descubrió con sus nuevos ojos de presidiario. Carlos Fuentes decía que era una mujer corriente, “ni fea ni chula”. Juan José Arreola juraba que era “el conjunto piernas-culo-rostro-cerebro mejor balanceado del distrito”. Lo cierto es que ella siguió visitándolo y Mutis se enamoró locamente. Entonces la condesa se sirvió el plato frío de la venganza y lo traicionó con Luis Buñuel, un amigo común. La cornada casi lo mató. El día que Mutis lo supo, contó uno por uno los remaches de los paneles de la celda: 4.746 exactamente.
Dicen que Mutis nunca se repuso de este golpe. Que la veía en todas partes, que veía sus zarcillos en los lóbulos de las orejas de Ana la cretense, sus ojos azules atisbando lejanías en el muelle de Buenaventura, el pelo minucioso ondeando en los recuerdos del hombre de la gavia, sus labios húmedos en el rostro de la proxeneta Ilona Garbowska; que vio su lengua articular obscenidades en un hotelucho de Sumatra, sus ropas en el cuerpo de una hetaira de Chipre, su naricita aspirando el pecho umbroso de Buñuel, sus calzones estrujados por los dedos urgentes de un oscuro estibador, las rayas rojas que sus uñas almendradas dejaron en la espalda de un hombre sin rostro, sus pechos cimbrando bajo las arremetidas salvajes del Estratega, el insoportable perfil de sus nalgas en el marco de la ventana en un crepúsculo amazónico, su rostro sepultado en la almohada en una eternidad de doloroso placer...
Yo la conocí en una cafetería de la feria del libro de Guadalajara. Hablamos de libros, claro. Seguía esbelta y casi victoriosa sobre el tiempo. En un rapto de valor le pregunté si era cierto que había tenido un romance con Mutis. “Todas las mujeres de la ciudad soñamos alguna vez hacer mutis con Mutis”, dijo con una sonrisa luminosa y traviesa. Y no dijo más. Condesa es condesa.
Dicen que siempre hay algo de ella en todas las mujeres de sus libros.
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Nuestro Mutis

Por: Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizabal

EL PAÍS .com , Cali, Septiembre 25 de 2013 - 23:46  http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/medardo-arias-satizabal/nuestro-mutis . Impreso Sept. 26

En una cena con Álvaro Mutis en México, le pregunté al verlo, “¿Cómo está, poeta?”, y me respondió con su clásica ironía, “aquí tratando de salir adelante en México…” El ágape había sido convocado por Mario Rey, profesor, escritor y coordinador de la Semana Cultural de Colombia, con su revista ‘La Casa Grande’.
García Márquez tiene razón cuando dice que Mutis era generoso con los jóvenes y los instigaba a la poesía, los pervertía con libros secretos. Estaban ahí, en la mesa de la Casa Grande, varios jóvenes literatos de Colombia, además de Marta Senn y Fernando Vallejo, quien temprano nos había deleitado con unas sonatas al piano.
Hacía unos años había conocido a Mutis en casa de Amparo Sinisterra de Carvajal, en un chisporroteo de inteligencia que flotaba entre los arreglos florales y los canapés calientes. Estaban ahí Fernando Cruz Kronfly, Rafael Humberto Moreno-Durán, Álvaro Burgos Palacios, Gonzalo Mallarino, Adolfo Carvajal Quelquejeux, Álvaro Castaño Castillo, Claudia Blum de Barberi; a la postre, directora del Festival Internacional de Arte, Belisario Betancur. La concurrencia estallaba en carcajadas sucesivas, con Mutis al centro. Él, que en el concepto de Gabo, había encantado con su verba a Mónica Vitti, a Francesco Rossi, a Fellini, y a lo más granado de las letras italianas, hablaba alto y grave, como un arzobispo medieval, llevaba su audiencia al paroxismo, con historias como aquella de urdir un plan para envenenar a todos los tríos que cantan en los comedores de los hoteles latinoamericanos. Es verdad, detestaba el bolero.
En la cena de México, recordó sus días juveniles en Buenaventura, cuando escapaba a La Pilota, la zona de tolerancia, donde mujeres desnudas lo cuidaban entre el calor y la charanga. Entre sus múltiples y raros oficios, había ejercido uno que también desempeñó mi padre: agente de seguros, en el área de siniestros; no podía olvidar el caso de un camión sumergido en la bruma de los abismos, en la vieja vía al mar. “Debimos bajar al abismo con lazos y amarrar al conductor, un hombre bastante robusto, que por poco nos tira por el barranco. Nunca lo pude olvidar, lo recuerdo cuando se nombra a Buenaventura”, decía.
No queda duda que muchos fragmentos de “La última escala del Tramp Steamer”, “Abdul Bashur, soñador de navíos”, e “Ilona llega con la lluvia”, fueron tomados del puerto, de esas calles largas “por las que soplaba una brisa piadosa”.
La herrumbre, el olvido, la muerte, materia en descomposición, líquenes, barcos viejos, marineros sin destino, hicieron parte de una poética que Mutis fundó, por la que hoy el mundo reconoce su aporte y adelanta un réquiem de honores.
Hace mucho que la muerte de un poeta no ocupaba la primera página de los diarios. Mutis tuvo muchos contradictores, particularmente en Colombia, animados por la envidia, por la negación sorda de sus altísimos méritos literarios. Ello es comprensible, porque somos un país difícil, pugnaz. Si García Márquez se hubiera quedado aquí, ya estaría desacralizado y no calificaría para ser invitado al Festival de las Letras en Quimbaya, Quindío.
La poética de Mutis me atrapó desde “Los hospitales de ultramar”, desde esos trenos de desesperanza que se encuentran en “Caravansary”: “El otoño es la estación preferida de los conversos. Detrás del cobrizo manto de las hojas, bajo el oro que comienzan a taladrar invisibles gusanos, mensajeros del invierno y el olvido…”
Y su Nocturno, -“Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales, sobre las hojas de plátano, sobre las altas ramas de los cámbulos…”,- es una cima de la poesía colombiana.
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