miércoles, 8 de agosto de 2012

LUIS VIDALES, SIN TEMOR A LA RISA. Por Juan Manuel Roca.

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* Se actualiza periódicamente. Agosto 8, 2012

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Para sumarme al homenaje a Vidales, les envío este ensayo 
que está en "Galería de espejos", libro que presentaré en el marco del 
Encuentro * que se hará en el Quindío en su memoria. 
De Juan Manuel Roca, Agosto 8, 2012, 00:26.  
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NTC ... agradece al poeta Roca la colaboración y el gran aporte. 


LUIS VIDALES, SIN TEMOR A LA RISA

Calarcá - Hacienda Río Azul - Quindío, 26 de Julio, 1900 - Bogotá, 1990

Del libro: “Galería de Espejos. Una mirada a la poesía colombiana  del siglo XX”.  
De Juan Manuel Roca
http://ntcpoesia.blogspot.com/2012_06_11_archive.html

En los inicios de su tratado de “La risa”, el filósofo francés Henri Bergson señala que el reír siempre pertenece a un grupo y no a todo el entrevero social, y se vale de un singular ejemplo: “Un hombre a quien le preguntaron por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto, respondió: no soy de esta parroquia”, con lo cual el viejo filósofo equiparaba la risa y el llanto como pertenecientes a una colectividad. Su hipótesis era que la risa necesita de una asociación, de un guiño de complicidad.

Si esto fuera cierto, y así lo creo, la risa, como el humor,  pertenecen a códigos sociales que si no logran hacerse compartibles, generan solo muecas de escepticismo, climas vacíos. Para que esa risa, y ese humor, se universalicen, y ya no seamos como el feligrés que no llora porque es “de otra parroquia”, se necesita tocar fibras que le sean esenciales a cualquier hombre, de cualquier cultura y lugar.

Así ocurre con Miguel de Cervantes y con Charles Chaplin, con autores que nos conducen por un humor trágico o absurdo, desentrañando la comicidad que hay aún en el dolor del único animal que ríe. Y que a veces llora, como los cocodrilos.

Sin embargo, hay que señalar que hay algunas sociedades refractarias -particularmente en su arte- a todo lo que atañe al humor, como ocurre con buena parte de la poesía escrita en Colombia.

Si hasta uno de sus más notables estudiosos, Andrés Holguín, decía que la poesía y el humor nada tenían que ver entre sí, es porque nuestra lírica ha estado -cuando no son chistes flojos para la tribuna-, cargada de solemnidad.
El papel de cuidanderos de las aulas, que tantas veces cumplen algunos llamados académicos, ha ido sacralizando desde una pomposa trascendencia tanto a la poesía como al pensamiento filosófico.

Por eso habría entonces que recordar a quienes afirman que “la seriedad ha sido siempre buena amiga de los impostores”.

¿A qué viene todo este recuento? Viene a propósito de uno de los equívocos con los que se ha juzgado la poesía de Luis Vidales.

Cuando publicó, siendo un adolescente, en 1926, su detonante libro “Suenan timbres”, el país aún dormía un largo bostezo virreinal. De ahí que un poeta burlón ante la solemnidad colombiana tuviera que ser visto como un puñado de aserrín en la sopa aldeana, como una especie de mosca en la nariz del orador.

Esa forma de ver el reverso de las cosas que anunciaba su libro “Suenan timbres” no podía ser entendida por sus contemporáneos sino con las escasas excepciones -Luis Tejada, Jorge Zalamea, Alberto Lleras, o Ricardo Rendón, entre otros-, de quienes pertenecían, como en el ejemplo de Bergson, a una nueva colectividad y a unos códigos de grupo. Eso de pensar que “hay un pino dormido en la Tour Eiffel” y que “cada catedral gótica es como una selva dormida”, para una Colombia adormilada, debería parecer producto de una locura precoz.

Es 1926. Sólo hace dos años se han publicado en París los “Manifiestos del surrealismo” que, obviamente, el poeta del Quindío desconoce.

Valdría la pena aclarar que Vidales, marxista ortodoxo, nunca se consideró surrealista, y que los posibles nexos que pudieran encontrar algunos críticos entre su obra y los postulados surrealistas, tienen que ver más con un aire de tiempo, cuando el poeta trabajaba con la irracionalidad a su favor, es decir, con el rapto poético, con el duende que envuelve de misterio a todas las grandes intuiciones.

El Vidales de “Suenan timbres” trastrocaba la realidad aparente y espantaba a los árboles “como si se tratara de unos altos pájaros verdes que hubieran escondido en el plumaje la otra pierna”.

Al encuentro con esas sutiles y nuevas analogías en la poesía colombiana, Luis Tejada expresó que “nuestra lírica está atrasada cincuenta años”, para luego señalar: “yo presento hoy a Luis Vidales, y reclamo para él el título de poeta en el mejor y más noble sentido de la palabra. Se que sus versos no irán a gustar todavía a la gran masa de público rutinizada en el viejo sonsonete, sin alma ni médula... la poesía de Vidales es, en esta primera etapa de su obra, una poesía de ideas, sobria y sintética. El no sufre la voluptuosidad rudimentaria del color ni de la forma... el humorismo es, siempre, una actitud trascendental ante la vida. Hasta podría decirse que todo gran pensamiento es humorístico”.

Uno podría agregar a las palabras de Tejada sobre el humorismo filosófico, que hasta en el problema del ser o no ser shakespereano, o en el “existir es un plagio” del pensador rumano Cioran, se esconde un humor, una ironía.

La Colombia de la época del primer libro de Vidales vivía una especie de ensimismamiento, de curiosa duermevela. Así lo constata el mismo poeta: “no supimos lo qué fueron dadaísmo, surrealismo, cubismo, futurismo, sino hasta mucho después porque no nos llegaba información. Uno de los cables periodísticos decía que en una ciudad llamada Lenin habían matado a un hombre llamado San Petersburgo”.

El país que presenció la aparición de “Suenan timbres” empezaba a asomarse al siglo XX con el retraso que es hábito en el espíritu nacional. Por esos años, valga de ejemplo, llegó el descubrimiento el cine y los jovencitos bogotanos que leían los informes del tiempo de Londres para saber qué traje usar ese día en Bogotá, apedrearon la pantalla del teatro Olimpia, donde se pasaba una película de Chaplin.

Vendría entonces el desagravio de Vidales en favor del gran mimo que, como él, se fijaba en los objetos cotidianos y en la soledad de los vagabundos, exaltándolos a un nivel estético, restituyéndoles su nobleza. Eduardo Santos le autorizó a publicar una edición completa del suplemento literario de “El Tiempo”, dedicado al agraviado artista mudo, apaleado a distancia en un cine de aldea.

También de su amor por Chaplin, es decir, de su simpatía por el hombre, recordaría siempre sus palabras: “Todos somos aficionados. La vida es tan corta que no da para más”. Es esa una lección de humildad a contravía de los grandes ademanes de muchos de nuestros poetas. No es por capricho que al hablar del poeta se mencione, una y otra vez, a Charles Chaplin, “inmigrante en la ciudad”, cantor del paria, del bastón sin nobleza, del pan y de la infancia.

Aún en sus inicios de militancia comunista Vidales no perdió el rumbo de su humor. Como ocurrió aquella vez en que viajaba en tren por todo el país creando núcleos comunistas con un camarada casi analfabeta. Viajaban de manera gratuita, gracias a las palabras con las que ese humilde obrero y él mismo habían convencido al puñado de maquinistas que se alternaban las locomotoras. Pero ocurrió que un día los bajaron del tren, a muchos kilómetros de su destino, ante la indignación del maquinista de turno.

Le habían prometido, y ya habían transcurrido varios meses, que cuando triunfara la revolución le iban a regalar el tren. El impaciente maquinista los bajó del tren. Entonces, a seguir a pie, por la carrilera, como en una película de Chaplin.

Lo anterior hace recordar una visión del poeta Fernando Arbeláez a propósito de Vidales: “yo veo al poeta, con su andar, y su mirar, y su sentir, un poco chaplinesco, en medio de las máquinas, en medio de  los monstruosos artefactos que sudan aceite y petróleo”.

En realidad, aparte del gran cronista Luis Tejada, el único verdaderamente “nuevo” de su generación fue Vidales. Rafael Gutiérrez Girardot afirma que su revuelta, como lo recuerda el crítico Diógenes Fajardo, es la más radical y menos ambigua de quienes le acompañaron generacionalmente y que esto se debe a sus “nuevos procedimientos poéticos como la asociación de imágenes comúnmente inasociables, la materialización de lo inmaterial, o la inversión de las nociones habituales de las cosas”.

Por todo esto hubo muchas equivocadas apreciaciones sobre la poesía de Vidales. Siempre quiso leer poemas de Max Jacob, ese poeta díscolo que dijo que el campo es un horrible lugar donde los pollos se pasean crudos, para encontrar cómo diablos podría haberlo influido alguien a quien no había leído.

Luis Vidales es, qué duda cabe, un anticipador. Sus poemas en prosa, a los que llamaba “Estampillas”, de la misma época de “Suenan timbres”, y que son un género que mezcla el relato breve y el poema, tampoco tienen antecedentes en Colombia.

Como ocurre con su poema narrativo “Los paisajes ambulantes: “Mr. Wilde ha dicho que los crepúsculos están pasados de moda. Es indudable que se podría disimular ese defecto si los paisajes variaran constantemente de sitio. Eso de ver un paisaje en un mismo lugar es necesariamente aburrido. Lo contrario sería encantador. Y espectacular. Un grupo de árboles emigrando bajo el cielo. O un árbol que pasara bajo la selva -solo- recto- sobre sus innumerables patitas blancas. Pero entonces la gente inventaría jaulas para cazar paisajes. Y un paisaje dentro de una jaula no debe sentirse contento”.

Es un poema que nos resulta creíble dentro de su absurdo porque está escrito con sencillez, con la claridad de un texto que nace de una idea muy racional de un hecho en verdad irracional. Que haya la posibilidad de ver unos paisajes migratorios que podrían dar nacimiento a cazadores furtivos que quisieran enjaularlos -¿de hecho no son las ciudades paisajes enjaulados?-, resulta creíble desde una verdad estética solo por lo bien dosificadas de sus imágenes y de sus palabras.

Vidales aplica a refranes, proverbios y frases sentenciosas una lógica elemental y burlona, como si viera las cosas por el revés de un catalejo: “Si te pegan en la mejilla izquierda,/ pon la derecha, me dijeron./ Pero si todos hacen eso mismo/ ¿quién al fin es el que pega?”.

La figura de Vidales, en eso se parece a su compañero de grupo, León de Greiff, no encaja en el rompecabezas de la poesía colombiana. Vidales es una ficha solitaria, la pieza de la maquinaria de un reloj que queda suelta. Aunque, a propósito del reloj él mismo nos anunciara con desdén que “los relojes pierden el tiempo”.

Su poesía está hecha para grandes espacios, pues el poeta sufre de claustrofobia. En esos grandes espacios caben sus temas más frecuentes: la libertad y el sueño, los fantasmas del yo y del otro, la anomalía del humor asomándose en las grandes tragedias, el hombre y la dignificación de las cosas y los hechos cotidianos.

También con Vidales que aparece, de manera más clara -ya que en Luis C. López y antes en José Asunción Silva los espacios urbanizados pertenecen a unos conatos de ciudad- la preocupación en la poesía colombiana por el acaecer urbano, por ese entorno mágico y miserable al mismo tiempo, a través de una visión de los nuevos autos traídos por la nueva y mimética burguesía industrial, o más aún, por la trashumancia en los barrios y en los nuevos asentamientos proletarios, algo nuevo en el feudo que el poeta aprehendió haciendo sonar sus timbres de alarma.

Creo que quien mejor a hecho una suerte de prontuario o de minuta de la obra de Vidales en sus aspectos más esenciales ha sido Isaías Peña Gutiérrez, cuando señala seis eslabones, seis aspectos que son fácilmente rastreables en su obra:

1.     La iniciación de la poesía urbana en Colombia como respuesta a la nueva burguesía industrial y al consiguiente surgimiento de un proletariado.
2.     La supresión de lo anecdótico y descriptivo y la supremacía de lo nominal e ideográfico sobre lo adjetivo, y de lo dinámico sobre lo estático.
3.     La aproximación al mundo con la alegría del niño que descubre el mundo.
4.      El empleo de un nuevo humor y de un tono burlón no exento de ironía.
5.La iniciación de la poesía conversacional y, en cierto sentido, de la anti-poesía que posteriormente cultivara un autor como Nicanor Parra.
      6.La ruptura de los marcos conceptuales y técnicos de la poesía y la    narrativa. (Véase ensayo “Los Nuevos” de Diógenes Fajardo, en “Historia de la poesía colombiana”, Casa de poesía Silva).

De “Suenan timbres” decía Fernando Arbeláez: “Con su aparición, en 1926, empieza a conmoverse en sus estratos más profundos la tendencia anquilosante en la literatura colombiana. Un viento joven se apodera de las palabras, y las convoca para expresar las cosas nuestras con una desacostumbrada maestría”. A las palabras de Arbeláez se podría agregar lo que expresó Porfirio Barba Jacob, categórico: “Va a llegar una época en que la poesía sea de olores, de perfumes y sabores. Luis Vidales está por esa ruta, es el poeta del porvenir”. ¿Del porvenir? Claro. Habría de esperar 50 años para que una entidad oficial volviera a publicar “Suenan timbres”. El país llegaría otra vez con retraso -si es que ha llegado- a la asimilación de sus nuevas formas poéticas.

Esa especie de ceguera nacional la precisaría Jorge Eliécer Gaitán en su tesis sobre las ideas socialistas en Colombia, escrita en 1924, por la misma época del primer libro de Vidales: “Parece que a este nuestro pueblo, al igual que al personaje de Poe, lo ha invadido la irremediable cobardía de no abrir los ojos, no tanto por esquivar la visión de horribles cosas cuanto por el fundado temor de no ver nada”.

Y es como si el país siempre estuviera pedaleando en una bicicleta estática. Y si no que lo digan los versos de Vidales escritos hace más de 30 años: “Lejos, en las ciudades populosas, la paloma de la paz ponía huevos de víbora y había hecho su nido sobre el techo de Tartufo”.

Hasta ahí, en relación a lo mejor de su obra, que está reunida en “Suenan Timbres”, en “El libro de los fantasmas”, quisiera adoptar una imagen que se ha hecho popular en el habla cotidiana: “me quito” el sombrero ante el poeta.

Usando el método de oponer contrarios, creo que si existe la expresión “quitarse el sombrero” para significar respeto, también debería existir la expresión “ponerse el sombrero”,  para señalar rechazo.

Ocurre que frente a sus poemas políticos, en su gran mayoría, dan ganas de ponerse el sombrero. Invadidos por una cantaleta ideológica, por un discurseo panfletario, su libro “La Obreríada” parece escrito durante un tiempo en que el poeta le dio vacaciones a su imaginación.

Es, realmente, a pesar de sus buenas intenciones políticas, un libro de infinita pobreza que solo podría serle grato a sus compañeros de partido, a los amantes del panfleto elemental. Hay ejemplos de una muy alta poesía política en el mundo, pero en “La Obreríada”, el Vidales del gran  humor y el Vidales lírico no trascienden a un rango estético, como ocurre en la misma medida con otro buen poeta, camarada y amigo suyo: Pablo Neruda.

Parece ser que el gobierno ideológico del poema no bastara. Que una verdad mal dicha se vuelve mentira. Que muchas veces podemos compartir esa verdad, pero que en estas materias también se debe aspirar a fundar una verdad estética. “También la verdad se inventa”, decía con sobrada razón el poeta Antonio Machado.

En algunos poemas de ese libro Vidales trata de empalmar humor y política, algo que de cumplirse felizmente resultaría un camino extraordinario para su poesía,  de lo que sin duda hay buenas muestras en la poesía universal.

Inclusive la ironía que se encuentra en algunos pasajes de la obra de Carlos Marx, reconocido maestro de Vidales, no aparece a menudo que tuvieran ese centro burlesco, común a los dos.Sin embargo, cuando el pensador alemán dice: “se nos ha acusado de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los obreros no tienen patria. No se les puede quitar lo que no tienen”,no puedo dejar de pensar que esa frase hubiera podido firmarla, por su carácter y su tono, nuestro poeta quindiano.

Vidales, lo repito, se ríe. No le importa la vieja frase que dice que el filósofo no ríe ni llora, que sólo entiende. Ni que la poesía, tan ligada a la experiencia religiosa, condena a la risa como mueca pagana.

Nada hay más humano que la risa, tan humana como pensar que fuimos expulsados del Paráiso.los expulsados del paraíso. “El paraíso”, dice Vidales, es “ese lugar de donde lo echan a uno”.

El humor chaplinesco, de Vidales es el del paria, el del expulsado o el marginal que encuentran en la burla o en la caricatura una especie de sanación.

El humorismo de Vidales -particularmente el de “Suenan timbres”, quizá más atemperado y filosófico, más ligado al trasmundo en “El libro de los fantasmas”, nace por momentos de lo cotidiano, y el humor del día a día, como el sueño que ocurre casi siempre contra la voluntad.

Creo que en general las situaciones de comicidad nacen particularmente de lo que se nos escapa, de lo no controlado, y a eso apunta buena parte de la obra de Vidales. Él ama la distorsión de los espejos, y en ello es cubista. Parece pensar que “un espejo no tiene corazón sino copia de ideas”.

Según el propio Vidales señalaba que su renovación poética empezó con la prosa, con unos “cuadros macabro-humoristas de las dos grandes fases del mundo, la habitual y la misteriosa”.

Cito uno de esos cuadros que oscilan entre el hábito y el misterio titulado “El ángulo facial”: “Cuando me lo presentaron le dije con inquietud: -¿Pero qué hizo usted su ángulo facial? La boca, la nariz, los ojos, las orejas, fuera de su sitio, aparecían amontonados en su rostro. -Señor -me dijo el hombre de boca vertical- una vez un prestidigitador me escamoteó el ángulo. Desde entonces sé que, como los paraguas, los rostros tienen una armazón. Y que la armazón de los rostros es un ángulo facial”.

Se podría fácilmente decir que se trata de un poema cubista, donde el creador es un escamoteador de ángulos, que da nacimiento a un hombre con boca vertical, picassiano.

No sé si esta imaginería de Vidales, de hondo sentido plástico, tenga que ver con su gran conocimiento de la pintura y la escultura (hago paréntesis para decir que pocos críticos de artes plásticas ha habido en Colombia con su agudeza). Pero sí resalta en estos cuadros “macabro-humoristas” un sentido de repulsa a todo naturalismo a ultranza. No ve el paisaje de manera bucólica, como lo hace con tanta belleza Aurelio Arturo. No, él ve los árboles como pájaros que ocultan una pata en su verde plumaje, o mientras va de paseo siente que “en la pupila del lado del paisaje” lleva “el monóculo de la luna”, en una feliz analogía.

Entre el paisaje y la máquina, Vidales se pone en el centro, en el lado del hombre, como cuando nos dice que “Diógenes no pudo encontrar al hombre porque se encontraba detrás de su linterna”. O mira cómo nos mira lo desconocido y así “por medio de los microscopios los microbios observan a los sabios”. Y ya lo sabemos, un sabio no se reiría de verse estudiado por microbios.

“Suenan timbres”, decía Vidales, “es un grito contra el estiramiento social, rezago del feudo y, antes, de la corte de pacotilla del virreinato”, “contra esa hipócrita gravedad que no entiende la jerarquía sino transferida al estatismo de origen divino”…“Escribir es descubrir. Poetizar es descubrir”. En toda esa expedición por sí mismo para descubrir un mundo desde su escritura, el poeta reflexionó siempre sobre el humor, “no desde luego el chiste ni el juego de palabras, que generalmente son ejercicio de gente ordinaria”, decía en su “Confesión de un aprendiz del siglo”, sino de la fuerza del humorismo “en todo lo que de paradojal se esconde en la historia humana”.

Así reforzaba esta visión la palabra limpia de Luis Tejada cuando decía que “el humorista posee una visión cósmica del universo. Observa las cosas, y sobre todo, la esencia de las cosas, desde un punto de vista eminente”. Quizá de allí venga la repulsa que hubo en el país cuando apareció el primer libro de Vidales, y la repulsa que aún suscita en no pocos medios. Del hecho de que el ámbito parroquial no soporte lo desconocido. El propio poeta recordaba que hubo en Bogotá unanimidad en cuanto a la ninguna calidad de sus versos.

Al encontrarse en la carrera séptima con Augusto Ramírez Moreno y escuchar de sus labios que en el café Riviere dos bandos se enfrascaban en una batalla campal por su libro, el poeta, entusiasmado, le dijo a su amigo: ¿Una batalla? Entonces quiere decir que hay quienes defienden a “Suenan timbres”? La aclaración que le hizo su interlocutor no pudo ser más desconsoladora: “No, hombre, no. Lo que pasa es que un grupo dice que tu libro es malo por un motivo y otros dicen que es malo por motivos diferentes”.

Ante las arremetidas contra su desequilibrada poesía, un compañero de generación suya, Alberto Lleras Camargo que muchos años después otro animador de Los Nuevos que luego llegaría a presidente de la República (ruego al Señor que nadie de mí generación llegue a ese dudoso privilegio), expresaría que “Vidales por dentro está desequilibrado…Vidales está desequilibrado, porque de intento, de propósito deliberado ha querido ver el mundo de otro modo distinto del que lo ves tú, del que lo veo yo, del que lo ve el Señor del Banco... Recordadlo bien, oh público nuestro, despreocupado y colérico con los versos de Vidales, Vidales se ríe de ti y de lo que dice... porque es un humorista”.

No he pretendido hacer toda su arqueología poética, pero quiero señalar que de los varios poetas que conviven en su obra, además del teórico de la plástica, hay un Vidales que vale la pena recordar a 10 años de su muerte, y es el poeta lírico.

Y, claro, el gran observador de situaciones cotidianas, de objetos, personas y animales, como se pone de presente en un poema de “Suenan Timbres”, que como ocurre, en la pintura, busca que lo que representa sea más memorable que el modelo que lo inspira:

EL GATO

El gato se acomoda
en el hueco del sueño.

Lo miro con tristeza
porque dormirse
es lo mismo
que perder un mundo.

Indolente
estila posturas dentro de su forma
como esculpiendo
fugitivas figuras
de gatos.

Oigo el tardo
envolver el ovillo de su música.

Y esto he comprendido.
A la hora en que los gatos duermen
-afuera- en los tejados
andan las sombras solas.
gatos negros
Que caen de la luna.

Cuando Vidales se desdobla en el poeta lírico y lejano de la comicidad del mundo, nos revela un espectro más amplio de su triple insatisfacción con la realidad: como el pueblo carnavalesco y rabelesiano, se siente incompleto y hace burla de los burladores, algo que lo emparenta con la cultura popular.. Luego manifiesta su manera de ser refractario desde la política, y por último, aunque muchas veces entrelaza estos tres estadios, asume la también insatisfecha posición del poeta lírico en un mundo que cada vez tiene menos lirismo y dignidad.

Pero, por sobre todos los niveles de su insurrección poética, es el sentido humorístico que subyace en nuestra tragedia, lo que lo hace revolucionario y vanguardista. Lo que hace que volvamos al principio. A pensar en Bergson y en cómo ha de haber en la causa de lo cómico algo ligeramente subversivo, ya que la sociedad responde a ella por un gesto que infunde algún temor. Y a saber que si no nos conmueve el sermón de un cura que a todos mueve a llanto, es porque no somos, señores, de la misma parroquia.

Luis Vidales en Sus Propias Palabras:

-¿Tiene algún consejo para darle a los jóvenes poetas?, le pregunta la entrevistadora Rosita Jaramillo.

Él responde “Que se acostumbren a que la poesía nueva no entra en cerebros viejos”. 
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Encuentro Nacional de Escritores  "Luis Vidales".  V Versión, 2012. CalarcáCaldas, Colombia. Tres ciclos:  Ciclo LiterarioAgosto 15 a 18, 2012. Detalles e información: 
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De: Carlos Vidales

Fecha: Estocolmo, 8 de agosto de 2012,  08:13 (hora Col.)

Asunto: Re: vidales

Para: NTC ntcgra@gmail.com

Este texto de Juan Manuel es bellísimo y sería impecable si no fuera por el fugaz comentario sobre Carlos Marx. En efecto, una de las cosas que más me ha seducido de mis reiteradas lecturas de "El Capital" es el humor, la sabia ironía y la risa filosófica casi permanentes de mi tocayo barbudo. Cuando describe el desarrollo de los mecanismos y formas de producción capitalistas, a partir del mundo feudal, recurre siempre a parábolas, ejemplos, fábulas de la gran literatura clásica para ilustrar sus conceptos, pero lo hace con inocultable humor. Humor hegeliano, es cierto, y a veces prusiano, pero jamás torpe o árido. 

Recuerdo que, allá en mi lejana adolescencia, me cautivó su explicación de cómo el proletario, al ser enajenado por la máquina, por la parcialización del trabajo, por el hecho de que ya no fabrica el producto entero sino una pieza del producto, y ya no puede concebir ni entender el mundo como una totalidad sino como una composición de parcialidades, dice Marx, "como en aquella fábula de Menenio Agripa en que un hombre se convierte en un órgano de su propio cuerpo".

Humor kafkiano, surrealista, suenantimbresco, tejadiano. Humor del bueno.

Saludos y gracias mil por ese hermoso texto.

Carlos Vidales

Va un abrazo grande, Juan Manuel.
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De: Juan Manuel Roca
Fecha: 8 de agosto de 2012, 10:17

Asunto: Re: LUIS VIDALES, SIN TEMOR A LA RISA. Del libro: “Galería de Espejos. Una mirada a la poesía colombiana del siglo XX”. De Juan Manuel Roca.
Para: NTC , ntcgra@gmail.com

Un pequeño mensaje para Carlos Vidales:

Tal vez no lo supe expresar de manera clara, pero en realidad lo que señalo en mi ensayo sobre Luis  es el tono irónico, a veces metafórico y paródico que a cada tanto aparece recubierto de ironía en Carlos Marx, y de ahí mi afirmación de que esa defensa suya contra quienes lo acusan de quitarle la patria a quienes no la tienen, (léase obreros), me parece entroncada con las ironías vidalescas. Mea culpa si no se entendió así.

Yo creo que el buen escritor de gran estilo literario que fue el aguafiestas, tu tocayo Carlos  Marx, que en sus inicios fuera poeta, está salpicado de humor. Quizá heredado del de su pragmática madre que al final de sus días ironizaba sobre su hijo "por haberse dedicado a escribir el Capital en vez de haberse dedicado a hacer un capital", como nos lo recuerda el pensador venezolano Ludovico Silva* en su recientemente rescatado  y bello libro "El estilo literario de Carlos Marx" **, publicado por Fundarte en Caracas en septiembre de 2011.

Así, querido Carlos, que mea culpa, y que el fantasma de tu humor siga recorriendo el mundo.

Abrazo, Juan Manuel.
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NTC ... NOTAS y ENLACES

http://es.wikipedia.org/wiki/Ludovico_Silva
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El Estilo literario de Marx. Ludovico Silva.
Izq.: Edición Fundarte Venezuela 2011. Der. Edidión Siglo XXI, México, 1975
Fuente de la de la izquierda: Facebook sobre Ludovico:
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Y del Facebook el enlace a la edición digital (ISSUU) del libro completo de la edición de Siglo XXI, en: 

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Sobre la edición de Fundarte: 



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