martes, 28 de febrero de 2012

Ómar Ortiz: “La poesía es un ejercicio del silencio”. Entrevista. Por: Ángel Castaño Guzmán. La Crónica del Quindío.

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* Se actualiza periódicamente. Febrero 1, 2012

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Ómar Ortiz: “La poesía es un ejercicio del silencio”

Por: Ángel Castaño Guzmán

Entrevista en La Crónica del Quindío. Febrero 26, 2012. (Los enlaces son de NTC ...) 
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“Hay una tradición de pobreza pero no en la poesía, en la edición, divulgación y lectura puede que podamos hablar de tradición pobre, paupérrima...”


Casi siempre se inicia la breve nota biográfica que antecede la entrevista dando la fecha y el lugar de nacimiento del personaje. En el caso de los poetas el asunto cobra otra dimensión porque nunca se habla del momento en que las musas, y perdonen el grecoquimbayismo, sonrieron coquetas por primera vez. Dejando en claro lo anterior, cumplo con los mandamientos del género: Ómar Ortiz nació en Bogotá dos años después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Estudió leyes en la universidad Santo Tomás de la misma ciudad. Ganó en 1995 el prestigioso Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia con el poemario El libro de las cosas. Su extensa producción bibliográfica parte de La tierra y el éter (1979) hasta llegar a Cequíagrande (2011), su más reciente trabajo. En la actualidad está a cargo del centro cultural de la UCEVA, pública una columna de opinión en El tabloide y dirige la revista Luna Nueva.


Muchos creen que la historia de la literatura colombiana puede contarse a partir de las revistas. Usted dirige desde hace varios años la publicación Luna Nueva. ¿Cuál es su opinión sobre la calidad y trascendencia de las revistas culturales?

Talvez pueda ser cierto que las revistas aporten un valioso e imprescindible material para los estudiosos de la historiografía literaria en Colombia, pero hasta el momento no hay un trabajo riguroso sobre el tema, a lo sumo existen aproximaciones a esta labor, sé de artículos de Jorge Orlando Melo donde el autor da cuenta de manera panorámica de algunas importantes publicaciones literarias de los siglos XIX y XX, pero no conozco una investigación que rastree las múltiples y variadas páginas literarias de nuestra caprichosa geografía impresa en formato de revista.

Me atrevería a pensar que por el contrario nuestra frágil memoria es especialmente endeble cuando se trata de productos creativos y particularmente de gallina cuando hablamos de publicaciones periódicas de tipo literario. Y no me refiero a revistas de uno o tres números, estoy hablando de esfuerzos que tuvieron una importante permanencia en el quehacer literario de su época y que sirvieron no solo para la divulgación y presentación de autores nacionales reconocidos, sino para entronizar en nuestro medio literatos hasta ese momento desconocidos.

Hablo de la revista Voces que de 1917 a 1920 ejerció desde Barranquilla bajo la batuta de Ramón Vinyes una labor de agitación intelectual que hoy muy pocos ameritan; o de la revista PAN, dirigida por el polígrafo tulueño Enrique Uribe White, que de 1935 a 1940 buscó dialogar con los más reconocidos intelectuales del momento; o revistas más actuales que marcaron un tiempo importante mientras vivieron sus hacedores, pero que hoy reposan en el más ingrato de los olvidos como fueron, Café literario, de Néstor Madrid Malo y Gato encerrado, del tolimense Eutiquio Leal. Y mucho me temo que por la misma ruta del olvido transita Golpe de dados.

Entonces creo que nuestro medio no es especialmente dado a valorar los esfuerzos que se hacen desde las publicaciones literarias, máxime si las mismas son publicaciones independientes que no obedecen a una institución o a un principio o directriz oficial. Cumplen sí una significativa labor para que muchos autores publiquen sus trabajos que por razones distintas a su calidad no encuentran acogida en nuestro reducido y excluyente mundo editorial.


Permítame preguntarle por la vieja disputa del centralismo bogotano. Luna Nueva es editada en Tuluá, ciudad donde usted reside. ¿Realmente este tipo de publicaciones está en desventaja frente a trabajos similares hechos en la capital? 

El centralismo bogotano funciona cuando se trata de manifestaciones o expresiones de poder, pero no es determinante en labores que tienen que ver con la creación o con la capacidad artística de los colombianos. Soy un convencido que al ser editada en Tuluá le da a la revista algunas particularidades que no tendría de ser hecha en un centro de dominio regional o nacional, y es su posibilidad absoluta de independencia así tenga aportes del sector público y además su entronización en el imaginario de una comunidad que siente la revista como un logro de la ciudad, como parte de su patrimonio cultural. De igual manera esta circunstancia nos permite cumplir en este año 25 años de labores ininterrumpidas. Por otra parte ni formal ni sustancialmente la revista es menor que cualquier revista literaria del país, o fuera de él, sea editada en Bogotá o en Nueva York. Algunas revistas contarán con mejores recursos económicos para su publicidad y su difusión pero eso no las hace mejores a Luna Nueva.


Ya es lugar común decir que la poesía no cuenta con suficiente audiencia. Sin embargo, los poetas, al menos los sinceros, no creo que tengan vocación de superstar. ¿Es importante, y de serlo por qué, que la poesía sea multitudinaria?


La poesía es un ejercicio del silencio. Nada más ajeno a su razón de ser, a su principio vital que la muchedumbre. Siempre hay una audiencia solidaria y cómplice con la poesía, la más de las veces de aquellos que no se atreven, de los huraños, de los distintos, de los que se salen de la fila y corren con las consecuencias. Por ello la poesía es también un ejercicio libertario, porque está abierta a todas las posibilidades, a diversas lecturas e interpretaciones, porque no tiene que ver con el orden, con la autoridad, con la norma, sino con el mundo en construcción, con las distintas formas de la ola y de la multiplicidad de la arena. Otra cosa es que la palabra poética pueda en un momento dado exaltar a quienes la escuchan, pero son espacios coyunturales, extraños para la poesía, pueden ser sus lugares de propagación, de revelación ante el mundo, pero siempre retornará a su intimidad y proseguirá en la búsqueda de sus pequeñas pero vitales verdades.


Es inevitable preguntarle del estado actual de la poesía colombiana. ¿Seguimos cargando el sambenito de ser una tradición pobre en comparación con el resto de Latinoamérica?

Hay una tradición de pobreza pero no en la poesía, en la edición, divulgación y lectura puede que podamos hablar de tradición pobre, paupérrima. Mientras en México, en Cuba, en Venezuela, en Argentina, en Uruguay, en Chile se editan un sinnúmero de libros, revistas, suplementos, periódicos de poesía, en Colombia por lo general los autores tienen que correr con los gastos de edición y no hay canales de distribución de los libros que sobre el tema editan universidades o editoriales independientes, con la consecuencia que muy pocos tienen acceso a las publicaciones que se hacen a largo y ancho del país. Pero ¿cómo hablar de pobreza en nuestra calidad poética?, si la tradición nos ofrece poetas de la talla de Silva, Porfirio, Guillermo Valencia, Julio Flórez, Luis Carlos López, José Eustacio Rivera, Jorge Isaacs, Ciro Mendía, León de Greiff, Rafael Maya, Jorge Zalamea, Aurelio Arturo, Matilde Espinosa, Eduardo Carranza, Carlos Martín, Emilia Ayarza, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Meira Delmar, Jorge Gaitán Duran y Eduardo Cote Lamus, para citar algunos de los fallecidos y con la certeza que cometo olvidos.

Entonces, la afirmación de “una tradición pobre” no se compadece con el corpus poético de los líricos colombianos, que a pesar de contar con una obra digna de ser leída, aprovechada, estudiada y comentada por los especialistas, se ve empequeñecida, ninguneada, por las malas lecturas, el arribismo académico y nuestro incorregible esnobismo.


En uno de sus poemas, Aida Quilqué repite a modo de conjuro la palabra resistiendo. ¿La poesía es un acto de resistencia?

Por supuesto, siempre la verdadera poesía ha enfrentado el poder. Recordemos que los poetas incas estaban divididos entre los que hacían cantos ceremoniales y por ende estaban ligados a los sacerdotes y a los ritos del Inca, y los poetas populares que cantaban lo que tenía que ver con las cosechas, con su siembra y con las fiestas de recolección. Igual en la Edad Media los juglares y los bufones escarnecían el accionar de los poderosos fueran estos príncipes, funcionarios o mitrados. Las famosas Danzas de la Muerte o Danzas Macabras donde los esqueletos invitaban a bailar a Papas y Emperadores, dan cuenta de esta saludable costumbre. En estos tiempos de imbecilidad y barbarie con mayor razón la poesía es un conjuro contra la masificación y el terror, es un espacio libre de letanías y recitaciones organizadas buscando negar la inteligencia, para hacer una gran minga de palabras con significado, limpias, gozonas y libertarias.

Por: Ángel Castaño Guzmán

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