.
Las armas y las letras
Por:
Piedad Bonnett
EL
ESPECTADOR .com, Opinión |23 Mar 2013 -
11:00 pm
http://www.elespectador.com/opinion/columna-412182-armas-y-letras
. Impreso 24 Mar.
Recién
entrada a la universidad, el papá de una amiga estudiante de ingeniería me
preguntó qué estudiaba yo. Cuando le respondí que filosofía y letras, él no
dudó en afirmar, lapidario: “Ah, un bonito adorno”.
Eso
mismo piensan muchos de una de las formas más antiguas y más significativas de
la literatura, la poesía, cuyo día, por cierto, se celebró el pasado 21 de
marzo. ¿A quién le importó? Pues a casi
nadie, porque la mayoría cree que poesía son palabras bonitas, frases
rimadas que presentan una visión idílica o edulcorada del mundo. Y en verdad,
¿qué es poesía? Paul Celan dijo que era una especie de regreso a casa. Salinas,
que es una aventura hacia lo absoluto. García Montero, que es un ajuste de
cuentas con la realidad. Paz, que la poesía está en el mundo y que el poeta la
recoge en el lugar donde mejor se expresa: el poema. Habría que decir que es
una forma particular de ahondar en la realidad y de iluminarla. Y yo quisiera
creer, como Hölderlin, que “los poetas echan los fundamentos de lo permanente”.
El
hecho es que siempre ha habido y habrá poesía. Y que la han ejercido gentes de
las más diversas profesiones, y por supuesto sin profesión ninguna. Omar Jayyam
fue astrónomo, Sor Juana, monja, Michaux, pintor, Nicanor Parra, físico y
matemático, y Joan Margarites, arquitecto. Los hay geólogos, y antropólogos y
conozco uno, colombiano, que trabajaba criando pollos. La tradición de médicos
poetas también es amplia: desde Nicias, quien vivió en el siglo III antes de
Cristo, hasta William Carlos William y Gottfried Benn, pasando por Keats y
Schiller, que pronto abandonaron la medicina. La afinidad entre ésta y la
poesía no nos resulta extraña. Más difícil nos resulta asociar milicia y
poesía. ¿Un militar poeta? Difícil esa relación, sobre todo si pensamos, como
Carson McCullers, que “una vez que un
hombre entra en el ejército lo único que se le exige es que siga los talones
del que va adelante”. Y sin embargo, la historia está llena de soldados
poetas: lo fueron Jorge Manrique y Garcilaso de la Vega y Alonso de Ercilla, el
autor de La Araucana, y Calderón y el mismo Cervantes, que puso a don Quijote a
deliberar sobre qué es más importante, si las armas o las letras. Y ya saben
ustedes qué dictaminó el Caballero de la Triste Figura: que las armas tienen
preeminencia sobre las letras, porque el soldado arriesga más: su propia vida.
Pero
eran tiempos heroicos, claro. Ya en las guerras mundiales muchos poetas fueron
a la guerra a su pesar. Hoy asociar las letras con las armas nos resulta
difícil. Por eso resulta tan significativo, en un continente machista, que
Rafael Correa haya nombrado como Ministra de Defensa a una mujer, que además es
poeta. Esta semana María Fernanda Espinosa estuvo en Bogotá atendiendo asuntos
políticos y además leyendo su poesía. Las armas y las letras en las mismas
manos, sensibles a la belleza y a las desigualdades, pero en un mundo moderno
que, contrariamente a don Quijote, prefiere más poesía y menos guerra. Como
debe ser.
Piedad
Bonnett | Elespectador.com
.
La llama inclinada: la poesía de Carlos
Satizábal
Por:
William Ospina
EL Espectador
.com, Opinión |23 Mar 2013 - 11:00 pm http://www.elespectador.com/opinion/columna-412192-llama-inclinada-poesia-de-carlos-satizabal
. Impreso 24 Mar.
No
dice: "cayó la nive", dice: “al amanecer el cielo descendió a
nuestras manos”. No dice: “niebla”, dice: “una nube de frío ocultó las piedras
y los rostros apurados de las calles”. No dice: “Somos pesados y humanos”,
dice: “El cielo es de los pájaros”. No dice: “la música nos hace participar de
los atributos divinos”. Dice: “un canto asciende de los cielos de dios”.
En esta
poesía atareada, luminosa, numinosa, pensativa, estamos en el día octavo de la creación,
donde todo ha quedado por un tiempo en las manos del hombre, en las lenguas del
hombre, y nada es meramente materia y nada es meramente espíritu. Los metales
obedecen a la voluntad, el agua se niega a lavar las culpas, la vida es
fragilidad, todo nos estremece por su dimensión cósmica, por su pertenencia a
un orden amenazado, y todo tiene una raíz mitológica.
Ya al
ser humano no lo asombra ni lo conmueve que le ocurran las cosas, lo asombra y
lo conmueve que ocurran: que la luz se refugie en el agua, que la llama se
refugie en las ramas, que el amarillo se refugie en la llama. Despertar no es
nunca despertar a la habitación ni a la biografía, es siempre despertar al
universo insomne de astros y de grillos.
En La
llama inclinada, Carlos Satizábal nos enseña a ver y nos enseña a oír; nos
revela de pronto casi con rudeza que vivir es algo más que dejarse llevar por
los vientos del día y por las olas de la historia, que seremos menos dóciles si
sabemos ver en el mar azul de Cádiz “la oscura sangre de esclavos y galeotes
que rumian sus miserias al olvido de las olas”, que seremos más firmes y más
poderosos si sabemos ver “el costillar de peces de viejos galeones sepultados
en oro,/ las voces milenarias del vino y del salitre,/ las canciones del sol
que vuelve pensativo del mar de África”.
Somos
humanos, nunca vemos cosas: todo mirar es a la vez pensamiento y fantasía,
memoria y deseo, investigación y revelación. Por eso oír cantar en un café de
Cádiz al viejo marinero es vivir en unas horas experiencias infinitas: “la cara
de hacha del viejo marinero recuerda el olvidado remo celta,/ y la fuente
romana y el acero visigodo y la memoria de Grecia”. Hay un Sahara en el viento,
“los desterrados de la noche cantan sus sueños de mar al viento africano del
amanecer”, y el brazo del cantor se extiende desde el jazmín que amanece hasta
el mar donde la aurora sangra. Los que vienen del desierto saben encontrar lo
perdido, y como si sacaran una estatua griega herrumbrada por el mar, unos
seres con turbantes, encorvados por la nostalgia, exhuman de las ruinas la
minuciosa voz de Aristóteles.
Cada
poema una aventura poderosa y profunda. Sólo la poesía sabe contrariar la
pobreza de nuestra mirada cuadrada por las pantallas, deformada por el hábito,
empobrecida por el culto de la riqueza, cegada por “la luz de los noticieros”.
Allí donde los ojos áridos de los videntes a distancia ven a los inmigrantes
africanos en sus pateras rotas por las piedras y el viento, que buscan en
Europa “el pan duro que brilla en las esquinas desdentadas”, un pequeño drama
de ilegalidad “en sórdidas noticias policiales”, el poeta ve el drama
verdadero, enorme, del tamaño de un continente y de un alma.
Los
inmigrantes: los bellos muchachos y las bellas muchachas que hace siglos
llevaron a Europa el ajedrez y las Mil y una noches, que cabalgaron en caballos
de Luna y construyeron ese orgullo de jardines de España, los que llenaron de
ángeles las páginas de Tomás de Aquino y de azul las páginas de Rubén Darío,
alzan los brazos negros que arrojan luz por sus dedos y vienen a cavar en las
ruinas de Europa para descubrir los diamantes del futuro, pero vienen en las
naves heroicas de la pobreza, y los dioses de Ulises los combaten ante las
playas inaccesibles, y un acantilado de hoteles de turismo ya no es capaz de
ver a los dioses, sus humildes instrumentos, sus arduos caminos, su recóndito
triunfo.
Cada
poema un cosmos rumoroso. Cada poema un desafío espléndido. En su canto “Lluvia
del indio levantado”, el poeta sugiere que un silencio anterior al idioma le
dio a Benito Juárez la sabiduría necesaria para entender a su país, para saber
que a estos pueblos diversos no se los puede gobernar desde un centro sino
viajando y abriendo los cántaros de la memoria. “Descifró la lengua de Castilla
a los quince años/ y ahora en sus cincuenta gobierna de pueblo en pueblo:/ su
silla trashumante galopa los valles y las milpas y libera tierras y esclavos”.
En La
llama inclinada de Carlos Satizábal, ese viento que inclina la llama, que es el
viento del lenguaje, no es visto, como lo quiere la tradición, como nuestro
mayor mérito, como la virtud que nos hace superiores y reyes del mundo. Es
también la prueba de una pérdida. Tenemos la palabra porque hemos perdido
nuestro lugar en “la eterna armonía”. A las otras criaturas “una ley
antiquísima o divina las rige”, nosotros, con palabras, buscamos en vano esa
ley. Sí, es verdad, anhelamos el canto, “la ley y en ella la canción, una
música de palabras”. Quizá pertenecer de verdad al mundo. Pero “en medio del
maizal las torcazas alzan vuelo/ al sentir la voz de los corteros que se
acercan”.
La
llama inclinada es el libro ganador del Premio Nacional de Poesía, de la
Tertulia Literaria Gloria Luz Gutiérrez.
*William
Ospina
William
Ospina | Elespectador.com
++++
.
NTC ... ENLACES
.
http://www.hjck.com/microfono.asp?id=1678509
.
Escuchar Audio (18 min)
.
http://www.hjck.com/microfono.asp?id=1678509
-
.
.
NTC ... ENLACES
.
http://www.hjck.com/microfono.asp?id=1678509
.
Escuchar Audio (18 min)
.
|
http://www.hjck.com/microfono.asp?id=1678509
-
.