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RECREACIONES DE LA POESÍA NADAÍSTA
Por
Omar Castillo *
Ensayo
lo presentado y leído el 9 de marzo de 2013, en una de las charlas sobre la
literatura nadaísta, programadas en el teatro El Trueque en Medellín.
NTC … agradece al
autor la autorización para publicarlo y al poeta Armando Romero la colaboración y gestiones.
I
Inicio
estas recreaciones de la poesía escrita por algunos de los poetas nadaístas recordando un
poema que publiqué en mi cuaderno Vestuario
de 1979, titulado Nadaísmo. Escrito 20 años después del primer manifiesto
fundacional del grupo. Y con el cual quería evidenciar algunos de los
significados que las acciones de los nadaístas implicaron en el momento cuando,
con sus confrontaciones públicas, provocaron la atención de los medellinenses y
de los colombianos sobre la necesidad de romper con la obnubilada conciencia
que nos hace presa fácil de la ignorancia y la violencia ejercida y manipulada por el poder económico, político y
religioso. Dice el poema:
Nadaísmo
El desahucio entró
por las escalas
Y partió
En partos de dolor
constante
Los condicionados
incógnitos
Que se hallaban
Incrustados al pie de
la puerta
Remachados y
soldados.
El desbarajuste
invadió lo constituido
Y una estela de humo
Invirtió las fuentes
Tratando de contener
lo iniciado
Por las ventanas
Que dan al pie de las
e
s
c
a
l
a
s
.
.
.
.
Para
aproximarnos a 1958, año cuando el grupo nadaísta irrumpe en el medio cultural
del país, es necesario intentar hacernos a algunas de las situaciones sociales,
políticas y culturales por las que atravesaba Colombia desde hacía ya más de
tres décadas. Momentos llamados, de forma casi gratuita, los años de la
violencia en Colombia, los mismos que propiciaron en la conciencia nacional
prácticas e imaginarios tan aberrantes como la alucinante aplicación del “corte
de franela” que hizo al país merecedor de figurar en el diccionario de los
horrores producidos por la humanidad a lo largo y ancho de su historia. El
“corte de franela” como una estrategia para sembrar en el campo colombiano el
terror a diestra y siniestra.
Al
mismo tiempo la cultura colombiana producía los más acuciosos puristas de la
lengua española. Estudiosos que imponían su ley armados de preceptivas hechas
decreto para regir el bien decir y escribir, puristas que confundían el uso del
diccionario con una visita al museo de las palabras petrificadas en la
inutilidad de sus significados.
Así
los dirigentes controlaban la nación a punta de incestos y violaciones
confesados en el bien decir de sus rezos diarios, oraciones inspiradas en los
orígenes coloniales de sus apellidos, mientras en los campos rojos y azules
practicaban los “cortes de franela” y zanjaban los vientres de las mujeres a
machete para extirparles los fetos. Mientras sus académicos e intelectuales
ejercían el control del pensamiento en las aulas donde la retórica de
camándula, confesión y comunión dominical era la materia que dominaba el
pensum.
Ese
escenario de muerte y despojo impuesto en el territorio nacional propicio que
grandes terratenientes y nuevos poderosos hicieran empresa en los campos
diezmados y en las ciudades que crecían con los desplazados que huían para
terminar convertidos en seres despojados de su dignidad y en mano de obra
barata al servicio de los de camándula y apellidos de genealogía nobiliaria.
Con la violencia partidista se impuso el fraude moral,
económico y político. Hazaña que le permitió a la clase dirigente fundar la
empresa de la violencia en Colombia. La misma que tantos réditos sigue
produciendo.
Así
era el país de las abstractas y eficientes aberraciones entre rojos y azules,
así era cuando los integrantes del grupo nadaísta proclamaron su primer
manifiesto, e hicieron públicas sus críticas que ponían al descubierto lo
solapado y usurero de quienes presumían defender los intereses de la nación.
Críticas que despertaron las iras y condenas de esa clase todopoderosa,
acostumbrada a crear exterminio y humillación.
El
nadaísmo puso en evidencia las empinadas escalas hacia el fondo por donde tantas
generaciones en Colombia seguimos viendo desaparecer nuestras opciones para
tener una existencia digna. Y si reparamos en los actos arriba nombrados,
muchos de esos siguen siendo práctica a derecha e izquierda.
En
1958 se publicó el primer manifiesto nadaísta, redactado y firmado por Gonzalo
Arango. Sucedía en Medellín, ciudad donde la usura y el oscurantismo se campean
como amo y realidad indivisible y única. En dicho manifiesto Gonzalo Arango
dice, cito fragmentos:
“El Nadaísmo es un
estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones y
posibilidades”.
[…] “Destruir un
orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes
proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. La aspiración
fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden”.
[…] “En esta sociedad
en que la
mentira está convertida en orden, no hay
nadie sobre quién triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros
significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos”.
Así decía Gonzalo
Arango, polemista y promotor del nadaísmo. Es evidente que desde su fundación,
más que un programa poético o literario, el nadaísmo es una propuesta para
asumir un comportamiento vital ante los retos que debe enfrentar la vida de
cada ser humano. Empero, en el mismo manifiesto quedan insertas algunas líneas
que muestran ambigüedades en el pensamiento de su fundador y que resultarán en
un profetismo insulso. Dice:
“El ejercicio poético
carece de función social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo, el
más inútil del espíritu creador”.
[…] “La poesía es, en
esencia, una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista
del espíritu moderno”.
Ambigüedades o
contradicciones en medio de una apuesta arriesgada y valiente como lo fue la
del grupo nadaísta en sus primeros años.
El grupo nadaísta fue
un movimiento vital y contestarío que confrontó las realidades de
Colombia y el mundo. Es evidente que su principal fortaleza se establece en la
literatura, inicialmente en sus manifiestos y escritos polémicos, en los que
reflejaban su protesta y su deseo por contravenir los valores que imponía una
sociedad solapada y corrompida en su moral.
II
Desde sus inicios, y aún hoy, se intentó minimizar el
impacto de las polémicas propiciadas por el grupo nadaísta, inclusive su
poesía, señalándolos de epígonos de las vanguardias que en las tres primeras
décadas del siglo XX sacudieron los órdenes del arte y la cultura de occidente.
En particular se les quería rebajar a simples copiones de las experiencias del
grupo dada y del grupo surrealista. Tales reproches resultan insulsos cuando es
un hecho que las vanguardias históricas permearon el arte y la cultura de todo
el siglo XX, y no solo en occidente. Los nadaístas, afortunadamente, fueron
lectores y buscaron con sus lecturas reconocer y aprehender del vigor y de los
deslices de la tradición cultural de la cual se sabían parte. Es obvio que
estudiaron las vanguardias y se nutrieron de ellas, así se ponían al día con
las corrientes vitales de la literatura y el arte de occidente y del mundo, lo
cual resulta higiénico, lo grosero es cuando se ignora lo que nos antecede.
Muchos de los autores, cuya lectura fue fundamental para los escritores y
poetas que se consideran, generacionalmente,
posteriores al nadaísmo, fueron introducidos por el grupo nadaísta.
Haciendo parte fundamental de los movimientos que
hicieron posible las vanguardias históricas, aparecen poetas y artistas
hispanoamericanos. Son de destacar las contribuciones del poeta Vicente
Huidobro, quien además de impulsar su creacionismo desde 1918, fue figura vital
para la poesía y la literatura de Europa e Hispanoamérica. Otro es el poeta
César Moro quien desde 1925 se asocia al grupo surrealista de París. También
son reconocibles las contribuciones de César Vallejo en Trilce y el Neruda de Residencia
en la tierra. Su presencia, su obra nutrió y participó en el impulso del
grupo nadaísta, pues en medio de la eclosión que el grupo consideraba
necesaria, tanto en la vida cotidiana como en el arte y la poesía, no ignoraban
las fuerzas de fundación y ruptura que mantienen viva una tradición, del
oxígeno explosivo que permea una lengua y su capacidad creadora.
Entre los integrantes del grupo nadaísta se dan
algunas de las presencias más características de la poesía escrita en Colombia
después de 1950. De ellos surgen voces que permiten distinguir el inicio de un
dibujo poético con ritmos y matices que rompen con el canon retórico impuesto
hasta entonces (canon que presenta escasas excepciones a lo largo y ancho del
panorama poético en Colombia, valga recordar algunas de esas excepciones: José
Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Fernando Charry Lara,
Héctor Rojas Herazo y Álvaro Mutis). Dicho dibujo empieza a mostrarse en los
poemas que publican los nadaístas en periódicos y revistas, y se hace más
nítido en la primera muestra antológica que reúne Gonzalo Arango en 13 poetas nadaístas, publicada en
Medellín en 1963.
13
poetas nadaístas se abre con un texto de Gonzalo Arango titulado “La
poesía nadaísta” del cual copiaré algunos párrafos que considero oportunos para
hacernos a una atmósfera de la poesía propuesta en dicha antología:
“Esta belleza no tiene la culpa de ser así.
No se excusa por ser tan antibella”.
[…] “No es para almas platónicas,
equilibradas, ni razonables. No tiene nada que ver con la nostalgia de un mundo
mejor, ni con el sueño de otro mundo. Se instaló en su tiempo, porque era allí
donde tenía que instalarse, bajo un cielo de dolor, brutalidad y agonía”.
[…] “Nuestro mundo actual no tiene nada
de saludable, de tranquilo y sensato. En este manicomio residen muchedumbres de
locos, lujuriosos y alienados. La Civilización es la tumba en que vivimos”.
[…] “La respuesta del poeta a este
estado de zozobra y perpetua insensatez, es esta imagen de belleza airada,
rota, dudosa, fiel reflejo de los sucesos y del caos en que estamos
sumergidos”.
[…] “Esta poesía es así, como la vida:
visceral y animada como un organismo cuya raíz se hunde en las convulsiones y
crece respirando el aire envenenado del siglo hacia un cielo sin salvación”.
[…] “Cada poeta, en cada tiempo y lugar
percibió de otra manera el fenómeno singular de su existencia. La poesía es la
respuesta de esa percepción”.
[…] “La relatividad del Infinito no es
menos admirable que la libertad soberana de la imaginación. La grandeza del
alma consistirá ahora en descubrir la belleza en la contingencia, y la
eternidad en lo perecedero”.
Los
13 poetas incluidos son: Gonzalo Arango, J. Mario, Amilkar U, Alberto Escobar,
Eduardo Escobar, X-504, Elmo valencia, Mario Rivero, Darío Lemos, Humberto
Navarro, Guillermo Trujillo, Diego León Giraldo y Jaime Espinel.
En ella se pueden leer los poemas de tres de los
poetas que con su voz y estilo empiezan a señalar rutas para la poesía que se
escribe por esos años, no sólo en Colombia, sino en los países de lengua
española. Esos poetas son, en su orden cronológico, Jaime Jaramillo Escobar
(1932), quien firmaba como X-504, Amílcar Osorio (1940-1985), quien firmaba
como Amilkar U, y Alberto Escobar Ángel (1940-2007). Con el paso de su
producción estos tres poetas hacen más nítida su huella poética, la que se
puede leer en los libros de poemas que irán publicando. El itinerario de Jaime
Jaramillo Escobar se puede seguir en Los
poemas de la ofensa (1968), Sombrero de ahogado (1984) y Poemas de tierra caliente (1985). El de Amílcar Osorio se reúne en Vana Stanza, Diván selecto 1962-1984
(1984), donde antóloga sus libros inéditos de poesía. El itinerario de Alberto
Escobar Ángel se abre con Los sinónimos
de la angustia, extenso poema en XII numerales, incluido en los 13 Poetas nadaístas en 1963, La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos
y Tres cantos a la manera elegíaca
(1989), El Archicanto de la lábil labia
& Las honras del lecho (1992) y Estro
estéril (2008), libro donde se reúne su poesía publicada y la inédita
escrita entre 1957 y 2004.
De
la nada al nadaísmo, Bogotá 1966, es la segunda antología que prepara
Gonzalo Arango para difundir la escritura del grupo nadaísta. El libro se abre
con una nota de Héctor Rojas Herazo donde celebra la irrupción nadaísta que,
según él, “encarna el peligro, el frenesí, el desorden, la claridad y la
esperanza”. A manera de referencia sigue una “genialogía de los
nadaístas” incluidos en la muestra, los cuales son: Gonzalo Arango, Elmo
Valencia, Amílcar Osorio, Fanny Buitrago, X-504, J. Mario, Mario Rivero,
Eduardo Escobar, Tadheo, Elkin Restrepo, David Bonells, Jan Arb, Armando Romero
y Humberto Navarro. Esta segunda muestra
incluye manifiestos, cuentos y poemas, contenido que le permite al lector
hacerse a una noción de las búsquedas literarias por las que cruzaban los
integrantes del grupo. En De la nada al
nadaísmo se incluyen autores que no están en los 13 poetas, y se dejan por fuera otros que aparecen en ésta.
“Poesía y terror” uno de los textos que de Gonzalo
Arango aparece en De la nada al nadaísmo,
es una refundición del texto “La poesía nadaísta” con el que se abre la lectura
de los 13 poetas. El mismo, ya
titulado “Manifiesto poético”, reaparece, con otras modificaciones, en Obra negra, antología que de la obra de
Gonzalo, preparada por Jotamario, se publicó en 1974. Las variantes que sobre
un mismo texto ejerce Gonzalo Arango, permiten ver las reflexiones por las que
atravesaba el principal difusor del grupo nadaísta. Esas y otras reflexiones y
actitudes irían haciendo las distancias o las aproximaciones que entre los
integrantes del grupo se fueron sucediendo.
III
Una mirada a la poesía que, desde 1950, se estaba
escribiendo en Hispanoamérica y en España, permite evidenciar que las
contribuciones del grupo nadaísta respondían al oxígeno de su época, el de la
revuelta y la búsqueda de otros significados para la vida, la cultura y la
literatura. Si se tienen en cuenta las violentas condiciones sociales y el
régimen retórico y de convento circense que padecía la vida, la cultura y la
literatura colombiana por esos años, resulta admirable la capacidad del grupo
nadaísta para, con su alerta, sus posturas y creaciones, sacudir la desidia de
algunos hasta contagiarlos de otras visiones posibles para la vida y el arte.
Los poemas escritos por los poetas del grupo nadaísta,
le donan al panorama poético colombiano, atmosferas verbales plenas de ritmos,
fluidez, estructuras arriesgadas en su concepción de la imagen, en su distinto
allanar el vacío para aprehender y hacer aprehensible la metáfora. Con ellos la
poesía en Colombia entra de lleno en el ritmo, en la analogía delirante que
avanza por la realidad que se expande y contrae mientras produce estelas de
metáforas inauditas, al tiempo que reveladoras de la condición humana y del
universo. De sus instintos y de sus anhelos y fracasos.
El grupo nadaísta tiene un antecedente directo, Álvaro
Mutis, quien con su libro, Los elementos
del desastre, publicado en 1953, alcanza un nivel hasta entonces no posible
en otro poeta Colombiano en el siglo XX. Las estructuras donde él vacía sus
poemas, la propiedad sobre su lenguaje y los ámbitos donde sucede su inaudito
poético, le permiten crear las imágenes con las que su poesía se hace una de
las más vigorosas de la lengua española. Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo
Escobar, Amílcar Osorio y Alberto Escobar Ángel lo supieron identificar, leer y
escudriñar para el beneficio de su propia escritura.
Los detractores del nadaísmo, antes y ahora, se reúnen
en el coro de las antipatías literarias para decir, como si fueran una sola
voz, que el nadaísmo no aportó nada a la escritura literaria y poética. Lo
cierto es que el agujero del nadaísmo existió y dejó para la tradición
literaria de Colombia e Iberoamérica obras que merecen ser leídas. Una
tradición es un acumulado de aciertos y desaciertos, los mismos que hacen
necesario el movimiento de fundaciones y rupturas. No acudir a revelarlos en su
proporción y aporte, es propiciar la ignorancia.
Del grupo nadaísta se cuentan anécdotas, se traman
leyendas, se arman biografías fantasmagóricas, se especula sobre lo
esperpéntico de sus actuaciones, en fin, se dice aquí y allá en son de broma,
en son de chisme. Lo perturbador es que no se encuentran reflexiones sobre lo
publicado por los nadaístas, pareciera que quienes hacen alarde del anecdotario
nadaísta no hubiesen leído sus obras. El reconocimiento o la negación de una
obra debe fundarse en el conocimiento de la misma, por ello creo oportuno leer
la literatura escrita por quienes hicieron posible el movimiento nadaísta. Sus
poetas, sus narradores tienen mucho que decirnos.
Como lector, mi antología de la poesía nadaísta
incluiría los siguientes 8 poetas, de los cuales dejo aquí un mínimo boceto
sobre su hacer poético:
Gonzalo Arango. La figura más visible del grupo, sus
manifiestos, sus ensayos y artículos, sus cuentos y obras de teatro, su
capacidad para la polémica y el artículo de prensa lo hicieron el más reconocido
por el público. Como poeta Gonzalo fue de pocos poemas. Consecuente con el
ideario de sus manifiestos, quiso que en sus poemas apareciera la noción de un ser humano roto, dudoso,
visceral, raíz hundiéndose en los claroscuros del siglo en el que le correspondió
vivir. Un ser airado, dado a la revuelta y al amor. O al agujero de su
eclosión.
Jaime Jaramillo Escobar. Sus poemas, en versículos que
reclaman ser leídos en la plaza pública, inundan la página con imágenes
construidas entre lo coloquial y lo mítico de las realidades del mundo. Sus
versos se extienden en peroratas que atrapan las condiciones de la vida toda y
del ser humano en sus gustos, afanes y entregas. Con él asistimos al
espectáculo del poema que se planta en la vía de la realidad como un nervio
palpitante, siempre entre la vida y la muerte. Poema, eco que consigue la
atención de su escucha, de su lector.
Amílcar
Osorio. La
atmósfera que ofrecen sus poemas se nos presenta en maneras
de un dibujo que no la petrifica, así este dibujo se realice como sombra de sal
o como una palabra que acumula otras para el olvido en la cantera del habla.
Son los
suyos poemas amplios al tiempo que recogidos, podríamos relacionarlos con un
abanico que ya oculta como ya deslumbra. Poemas construidos con la solvencia
que da la disciplina, cuando no se la asimila como obediencia, sino con el
permanecer alerta y en disposición para la vida. Así en sus Stanzas se nos descubren los sueños con los ojos abiertos, mientras suena una
piel.
Alberto
Escobar Ángel. Inserto
en los extremos que hilan la realidad, el poeta nos entrega una
visión ardua y coherente del mundo. Sus poemas auscultan las costuras de la
trama donde una humanidad forcejea entre la domesticación y una existencia extraviada en
los laberintos de su identidad. La contención que se lee en esta obra
y los silencios que la pronuncian conecta a su lector con la formulación de la
pregunta más que con cualquier posible respuesta. Establecer el síntoma es
iniciar la forma de la pregunta, parece susurrarnos el poeta, y, en el caso de
este laberinto, la pregunta es: ¿Cuándo aconteció el extravío?
Jotamario.
En sus poemas encontramos la desfachatez y la holgura de quien se sabe
perecedero, de quien descubrió que la inmortalidad es un grano de sal
extraviado en una constelación para nada libidinosa. Constelación donde el
poeta se mira vigilado por la irrealidad de los otros, por los réditos de los
otros. Entonces, como quien huye hacia el despertar, hace que por sus poemas
campeen el humor y el sentido común hechos ingenio. Ante lo aberrante de
nuestra seriedad nos expone en esa su dádiva de humor.
Eduardo
Escobar. Sus poemas aspiran a convertirse en un largo verso con el cual el
poeta quiere atrapar su voz y la de los seres que lo atosigan en su tránsito
por el mundo. Su aliento poético revienta entre los hielos, el fuego y la
algarabía donde los seres humanos danzan y lloran. En sus poemas, muchas de sus
imágenes tienen el candor de quien deletrea sus primeras palabras como si
fueran maleable arcilla en la página. Otras quedan ardiendo en lo despavorido
del habla hasta alcanzar el pozo de los sueños donde el poeta pernocta.
Darío
Lemos. Algunos de los poemas que recogió en su itinerario ebrio y alucinado por
el “Valle de la permanencia”, consiguen la ternura necesaria para vivir. Otros
nos recuerdan que el sol se extingue en quienes desaparecen bajo sus rayos. A
la entrada del misterio dejó el asombro que le producía el “amarillo peligro”.
La risa de quien se descubre a la intemperie. El hijo igual a un muñón tuquio de
imágenes que se desatan en la vigilia. Darío Lemos hizo de la poesía el camino
para la maraña de sus encuentros.
Armando Romero. La sustancia de sus poemas sucede en
el súbito de la imagen. Para el poeta las palabras actúan como imanes filosos
que aprehenden el mundo en su realidad, tuquia de analogías en medio del azar
que las relaciona, más allá del tiempo y el destino, en un presente que es ya y
es antiguo en su oquedad y en su luz. La imagen sucediendo en la realidad de
una memoria esparcida en el habla, hasta hacerse única en el escrito que
produce el poema. Así el poeta consigue ejercer “el leve tirón” que traiga,
“del aire a la mano”, el esquivo instante vuelto poema.
IV
Toda ruptura exige conocer aquello de lo que uno se
desprende. No hacerlo significa querer fundar en lo estancado. Comportarse como
quien inicia una rabieta sin apartarse de la obediencia, ni de la costumbre
doméstica. Convertirse en un utensilio que solo espera ser vestido y usado por
la moda que impone la ocasión.
Hoy, en Colombia, si queremos ser higiénicos con
nuestra tradición literaria, poética, debemos puntualizar la historia de
nuestra literatura desde sus inicios, pero sobre todo la de los recientes 60
años. Esculcarla nos va a permitir descubrir las deudas que han sido ignoradas,
condonadas por obra y gracia de las acomodaciones que ejercen quienes han hecho
de las omisiones premeditadas una guillotina silenciosa. Y en la literatura
como en la vida, quien no paga sus deudas a pedir se enseña. Quien no reconoce
sus deudas a repetir lo ajeno se enseña.
La ruptura es un diálogo con aquello que se rompe,
empero se hila. Es cuando sucede la fundación. Entre la fundación y la ruptura
queda el origen. Ser original no es gritar más alto. Tampoco lo es imponer los
cánones para una historia de la literatura, de la poesía.
Una de las paradojas que nos dona el nadaísmo, es su
capacidad de ruptura. Al mismo tiempo que su capacidad de fundación. No es
continuismo. Es la red de cada tiempo e historia donde se deshace y se hace el
incógnito humano. Es su capacidad de silencio, significado y tradición. Es su
capacidad de ruptura en una búsqueda por alcanzar la
realidad de la vida.
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Ensayo lo presentado
y leído el 9 de marzo de 2013, en una de las charlas sobre la literatura
nadaísta, programadas en el teatro El Trueque en Medellín.
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* NTC ... ENLACES sobre el autor y sus obras:
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* NTC ... ENLACES sobre el autor y sus obras:
18
de diciembre de 2011
Obra
poética. Ómar Castillo. 2011 – 1980. Muestra. / Obra poética. Luis Iván Bedoya.
2011 - 1985. Muestra.
http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2011_12_18_archive.html.
28
de junio de 2010
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Abril
17, 2010
"ESTRO
ESTÉRIL", Alberto Escobar Ángel. Edición, prólogo y
notas: Omar Castillo . Ediciones otras palabras. Primera
edición virtual NTC … : Abril 17 de 2010. VER: ESTRO ESTÉRIL. Alberto Escobar Ángel. Edición virtual NTC ... , http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2010_04_17_archive.html .
El libro reúne la poesía completa de Alberto Escobar Ángel.
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*** La cultura y el laberinto del poder. Por Omar Castillo. Tres ensayos: LA CULTURA Y EL LABERINTO DEL PODER, EL SIGNO DE LA TRAMA y APREHENDER POESÍA.
Estos ensayos, publicados en cuadernillo impreso (Primera edición de 200 ejemplares, Medellín, 30 de Marzo de 2012. Páginas 24), hacen parte del libro inédito y en proceso: En la escritura de otros. Textos completos, NTC … Edición digital, en (pdf, Google-drive): Omar Castillo, La cultura y el laberinto del poder. marzo 30, 2012doc.pdf , https://docs.google.com/file/d/0B-ABjQmYGMXbMVAwOG52YkJiNzQ/edit . En formato libro (Calaméo): Leer la publicación ,http://es.calameo.com/read/00094832825a73bcd5e7b (Matriz: Omar Castillo, La cultura y el laberinto del poder. Tres ensayos. , http://www.calameo.com/books/00094832825a73bcd5e7b )
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TEXTOS y TEMAS RELACIONADOS
6
de marzo de 2013
Poetry of Colombia.
By Armando Romero. The Princeton Encyclopedia of Poetry and Poetics: Fourth
Edition.
Allí, en especial, el aparte dedicado al nadaísmo, página 276.
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