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El
ya imposible anonimato de
los
seres anónimos con un diario
Jotamario Arbeláez
Diario
de los seres anónimos. Omar Ortiz.
La
mirada malva, 2015. España.
Portada
de Fernando Maldonado.
Presentación del libro en LUVINA, Bogotá Julio 9, 2015*
Presentación del libro en LUVINA, Bogotá Julio 9, 2015*
Me dice la señora que me lee las cartas, por otra parte gran lectora de
Withman, de Edgar Lee Masters, de Ernesto Cardenal y Mario Rivero,
que para ella ─que tiene
por qué saberlo─, el buen poeta es el que ve pasar la poesía desde las ventanas
de su casa cuando las descorre para darle paso al sol que permite ver lo que ocurre,
si tiene casa, y si no, el
poeta que pasa frente a las ventanas de la casa del poeta que sí la tiene,
para que éste testimonie
que está viendo pasar a pie limpio la poesía desde su atalaya.
Qué
sensación mirobolante cuando desde nuestra lírica pañalera nos embocamos por la
poesía urbana antes de que la guerrilla tomara el mismo camino,
y nos dedicamos a andar la
pobre ciudad, el barrio desencajado, los bares tabacales y espiritosos y la roñosa
casa paterna preñada de secretos dignos del canto.
Ello nos permitía salirnos
de los quebrantos y duelos por los fallidos requiebros y de las quejumbres
metafísicas por no encontrar puesto en la trascendencia y ni siquiera en el
mundo ni en las letras de los mayores.
Qué regocijante en cambio era dejar constancia garrapateada sobre papel periódico de cómo se iban quebrando las tejas del techo por posibles ladrones en fuga
y se precipitan esas
imparables goteras que por fortuna siempre iban a caer sobre providenciales
platones,
pero a veces arruinaban un
tomo de la enciclopedia, algún viejo Telefunken o una carpeta bordada.
Nuestros ojos comenzaron a solazarse
con libros desorbitantes que se saltaban las temáticas sublimes para adentrarse
en lo común y silvestre de las junglas de asfalto con basureros
y tal vez el principal de
todos esos hallazgos, el que nos marcó para siempre desde sus tumbas, fue la Antología de Spoon River, de Edgar Lee
Masters.
La vida de un pueblo entero
a través de los más bien crueles auto epitafios de sus habitantes,
en un mosaico de losas
fúnebre que conforma la gran novela de las calles corrientes.
Una vez que fui jurado de
un concurso de poesía me encontré con un
libro que era trasunto del Spoon de Masters,
con la diferencia de que no
eran propiamente epitafios sino auto retratos de los personajes, y se sucedía
en un burdel famoso de Medellín, antecedente del célebre de Marta Pintuco, La
casa de Resfa.
El autor era el niño que
creció en el lupanar de su abuela madama y le tocó ver, junto al gato, todo lo
que sucedía a su alrededor, lo contó tras la máscara de cada habitante o
visitante, pues a la caída de la mansión heredó la memoria.
Huelga decir que lo
consideré digno del primer premio, pero los otros jurados se fueron por otro, nadaísta
por cierto,
y como estos eran Mario
Rivero y J.G. Cobo Borda, quienes me habían concedido en el 80 el premio de
Oveja Negra, no tuve agallas para seguir chistando.
Años después vi en
circulación La casa de Resfa en edición prologada al clímax por Jaime Jaramillo
Escobar, un poeta poco dado a las putas pero adicto de Edgar, y fue grande mi excitación
y contentamiento.
Tan grande como el que se
me presentó en estos días cuando me encontré con Omar en el puente Ortiz y me
estiró su Diario de los seres anónimos,
que devoré esa misma noche en compañía de la señora que me lee las cartas, que
no siempre son las mismas.
Di un brinco hasta quedar
pegado del techo, esta vez sin goteras, porque la persistente gotera soy yo,
bien se sabe.
Un nuevo homenaje a Lee
Masters, valiéndose de múltiples nombres reales de habitantes de su pueblo,
Tuluá,
para trazar la respectiva
saga de confesiones autocríticas ficcionadas, dolorosas y sarcásticas, con las
que se reconstruye el pueblo de la palabra.
Moran en el libro el
cirquero que comete pequeños hurtos con su tropa de saltimbanquis; la madre de
familia que lleva su casa enchambranada de sueños; el cantinero a quien sólo
las moscas interrumpen su desesperanza; Cielo Luna, quien tiene 90 años y está
sorda como una tapia; la maestra, a quien las compañeras de la escuela le
envían dulces y lindas postales donde le desean se alivie pronto;
el cura que supo esconder
la paternidad de su muchos hijos: el músico de la iglesia, verdadero intérprete
de Dios; el hacendado, quien declara que a su edad son vanas las penas de amor;
el poeta a quien el demasiado alcohol arruinó su visión; la vegetariana que
decidió escudriñar lo secretos de la respiración, leer a Chopra y practicar el
Feng Shui; la bella Esther, tan leve que podría volar si no se lo impidiera el
peso de sus nalgas; Carolina Rueda, debe ser la actriz y cuentera que
conocemos, quien afirma haber sido esposa y amante pero siempre sale del lío,
no más apaga el interruptor y termina la función.
Así son cada uno de sus
personajes poemas, describiéndose a sí con un hermoso y cadencioso ritmo
desencantado, contemplando la miseria que va quedando cuando el cuerpo se va
oxidando, casi concluyendo con el tango que todo es oropel. O con Álvaro Mutis
en que todo es desasimiento.
Todos los nombres de los
poemas corresponden a los de habitantes de su pueblo,
el que no necesariamente es
Tuluá para no situarse en lo lugareño pero al que no quiso bautizar de otro
modo para no incurrir en el pecado de Ulises, fundador de ciudades.
Pero sus biografías no son
las correspondientes, para no ser revelador de infidencias, pero en realidad
hubiera sido casi lo mismo,
porque en todo villorrio deambulan seres con
los mismos problemas, las mismas codicias, los mismos deseos, los mismos
afanes, y el mismo destino final por mano propia o ajena, contando el
accidente, la enfermedad y la ancianidad.
Acude entonces a la ficción
narrativa en verso para crear su mundillo, ni mejor ni peor que los otros pero
magnificado por el encanto de su canto
donde se mezclan la
melancolía y el humor negro, las malparideces con las beatitudes, los amores
contrariados y los fracasos financieros con el cinismo que les sirve de tapa.
Y por entre estos
pedregales asoma la cabeza otro extraño, Marcel Schwob, autor de Vidas
imaginarias. Si dirá que este libro está presentado en forma de cuentos, pero
quién diferencia prosa y poema cuando estos van llevados de la mano de la
maravilla.
Ya el epígrafe que utiliza Omar Ortiz es un guiño: hacia Schwob: Las sombras comen el sueño y beben el olvido.
El poeta, ya convertido en
juez y parte por gracia de su palabra,
ha decidido sentenciar la existencia que pasó
por su lado con nombres diversos para crear su mapa del mundo de los
comportamientos dispares.
Y ni siquiera acusando ni
condenando, sino utilizando la verdad de la fábula confesional o testimonial,
como ejemplo para la realidad de su país cuando está tratando de saltar del
fuego.
Es el Diario de los seres anónimos uno de los más hermosos con su dolor
de fondo salvado por la ironía, libros de poesía que se han dado sobre la
tierra caucana del Valle,
y no es por pecar de
regionalista, porque igual podría decir que sobre toda la tierra.
Porque quien retrata bien
un pueblo existente o lo crea de la inexistencia, le está dando una nueva vida
al planeta.
Que si sigue girando es
porque le da manivela Edgar Lee Masters
y también los poetas que le
siguen la nota apostados en las ventanas de sus casas, cuando las tienen.
Como el poeta Omar Ortiz.
Cuya pluma no debe descansar, ni darnos descanso. Sobre todo si al fin nos
llega la paz con el cesar de la balacera.
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FOTOGRAFÍAS. NTC ... ÁLBUM
Fotografías: Marcela Sánchez, Angelita Cardozo y Mauro Torres
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*** 9 de Julio, 2015, Bogotá, 6:30 PM
--- Diario de los seres anónimos *. Ómar Ortiz Forero. Editorial Mirada Malva. Presentación del libro por Jotamario Arbeláez. Diálogos. Detalles: Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación . * http://ntc-libros-de-poesia. blogspot.com/2015_01_31_ archive.html // La reciente presentación en Tuluá: http://ntcpoesia. blogspot.com/2015_07_03_ archive.html
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