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Dibujos de Diana Mar, para una futura edición
Debía
contar 20 años por sus ojeras, los mismos míos. Cabellos rubios lacios
cayéndole hasta la mitad de la espalda y cubriéndole medias mejillas.
Buzo
negro que era su solo sostén, falda amplia llena de aire.
Era
una especie de Brigitte Bardot al alcance, ya no de mis manos, cansas de
usarlas, de mis abrazos a un cuerpo físico nada francés, antioqueño con
ascendencia italiana.
Hola
Jota, me llamo Dina, Dina Merlini, venimos por ti para llevarte a la isla de
nuestros sueños, Islanada, Helenita es la dueña pero es de todos, te la
presento.
En
efecto, venían cuatro mujeres, Dina, Patricia Ariza, Helenita y Herlinda, joven
también preciosa, su compañera.
Y
tres hombres, Gustavo, una especie de James Dean, venezolano, Carlos Balén, Fernando
X e Iván Rodríguez.
Llegaban
de Medellín a picarnos arrastre a Elmo Valencia y a mí, nadaístas de Cali,
hacia una isla sita en la bahía de Tumaco,
que
había adquirido Helena a cambio de un diamante que le había regalado María
Félix en un viaje a Colombia, cuando ella era azafata de Avianca, como presea
por una relación lésbica en el Hotel Tequendama.
La
velocidad del pensamiento supera la del deseo. Pero como el deseo arranca
primero se encuentran en el camino. Le dije que tenía el fastuoso proyecto de
pintar a una modelo que no podía ser otra que ella, pero no con pinceles sino
con mi máquina de escribir.
Que
debía posarme despojada de vestimenta en tanto yo la tecleaba, describiéndola
ojo por ojo y diente por diente,
con
un estilo que no se estilaba en Colombia pues tenía sus antecedentes en la vanguardia
francesa de Apollinaire,
que
el libro se llamaría El cuerpo de ella,
un poema orgánico,
y
que percibía noticias futuras ultrasensibles y paranormales de que algún día
sería un detonante éxito de taquilla.
Que
compartiría con ella, que por algo era “la elegida, la intuida, la señalada”. Si
aceptaba posarme. Aceptó.
Era
la semana santa del 61 y pasamos en mi estudio el jueves y viernes santos sin
comer ni dormir y ni siquiera bañarnos, dándole a las teclas erectas.
Una
vez puse el punto final sobre el último poema que comienza por c[i], nos
vestimos, y guardé los borradores en una carpeta.
La
que volví a encontrar en 1999, y llevé a la oficina para ver si el tal cuerpo
requería de retoques. Negativo.
Esa
tarde me hicieron el “paseo millonario”. Dos malandrines se metieron al taxi
que me conducía a casa.
De
viejo h.p. me trataron y me obligaron a acostarme en el piso, con la punta de
un bisturí en la yugular. Algo más de un millón extrajeron de mis tarjetas.
Cuando
abrieron mi rutilante Samsonite y encontraron el legajo me preguntaron qué era.
“Soy un poeta —les confesé—, y ese es mi legado”.
“Poeta,
valiente mierda”, dijeron, y arrojaron las hojas a una cuneta, se guardaron el
maletín, me alargaron diez mil (“Para el taxi”, válgame Cristo) y me dejaron en
lo más alto del barrio La Perseverancia.
Al otro
día mandé el poema al concurso del Instituto Distrital de Cultura y me llené de
millones.
Como
uno de los jurados era el compañero nadaísta Eduardo Escobar los enemigos de
entonces trataron de montarme una celada pero les salió el tiro por la culata.
Acusaban que se me había otorgado el premio por complicidad nadaísta pero mi amigo jurado confesó que por esos tiempos había estado enamorado de la modelo y votado por ver al hombre odiado por él
Acusaban que se me había otorgado el premio por complicidad nadaísta pero mi amigo jurado confesó que por esos tiempos había estado enamorado de la modelo y votado por ver al hombre odiado por él
“que
conocía cada codo y recodo de mi Dina, por dentro, por fuera y por detrás,
decúbito dorsal, de espaldas, ambos senos, las dos orejas, las diez uñas, los
treintaidos dientes, la vulva, la estalactita.”
Hubo
edición previa de lujo de SIC editorial, con pomposas ilustraciones de Máximo
Flórez y la propia del Instituto, las que presenté en 2001 en París, en La Vaca
Azul, en recital acompañado por el poeta francés Emanuel Lesqueux,
quien
como además dirigía Le Veilleur Éditions, lo mandó traducir por la actriz de
cine Marie Daguerre
y
al año siguiente estábamos lanzando la nueva edición bilingüe Le corps d’elle en La Conciergerie,
donde decapitaron a la reina María Antonieta, y en el Salón de Los pasos
Perdidos, en la Unesco, gracias a Alfredo Rey.
Por
su parte Zacarias Payne la tradujo al inglés, vertió a la modelo en sus fotos e
hizo la publicación bilingüe Her body.
La
musa del poema, Dina Merlini, posa de cuerpo entero frente al mar en silla de
ruedas en el ancianato de San Andrés. Mientras
que yo me preocupo por buscar quien me pose, o quien me despose.
“Como
te prometí hace 56 años en Cali, mañana, tarde y noche, Dina querida, y ya que
por la posada de tu cuerpo no te di un peso, los derechos de este anunciado bestseller son para ti”.
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Complemento geni(t)al / Urano reducido
al ojo erótico / Lujoso lulo para la lujuria / Oscura inclinación // Territorio
extensísimo / Moneda / De a centavo de cobre / Paraíso / Sumersión de gaviotas
extraviadas // En ella se dilata y está vivo / Violento y vivo y dúctil y
agresivo
.
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De: oscar dominguez
Enviado: jueves, 02 de noviembre de 2017
6:33 a. m.
Para: Jotamario
Asunto: Columna Desvertebrada, El
Colombiano, Tardía declaracion de amor
Con un saludo grande, como las gotas del
mar de San Andrés tomadas de la mano,od
Tardía declaración de amor
Óscar Domínguez
El Colombiano, Md., Noviembre 2, 2017
Óscar Domínguez
El Colombiano, Md., Noviembre 2, 2017
Poeta Jotamario Arbeláez, salud.
Leí tu crónica sobre Dina Merlini,
italo-paisa, primera nadaista, estudiante del tradicional Colegio María
Auxiliadora.
De ella escribió tu colega Eduardo Escobar
que “era bellísima, con todo el aire de las existencialistas francesas; siempre
vestía de negro. Y era bravísima”. El varón domado la veía y caía
electrocutado.
Ha ejercido como poetisa, teatrera,
pintora, actriz, tropelera, beligerante activista de redes sociales. ¿Su
credo?: “Fuimos bellos, vagos e irreverentes, sumidos en esa búsqueda
interminable del hombre”.
Nos cuentas que vive en San Andrés. Mirando
al mar, envejece bella, sonriente, vital, eterna, en el hogar San Pedro Claver.
El diario El Isleño le preguntó por el nadaísmo. Su respuesta: “No se ha
acabado y no se puede acabar porque es una concepción de la vida. Es una
búsqueda fuerte de la vida donde no hay que pedirle permiso a nadie, ni
sentirse con freno para nada”.
Felicitaciones, poeta, por el gesto de
desprendimiento que anuncias en tu nota de El Tiempo: las regalías de tu
reeditado libro, El cuerpo de ella, serán para Dina en su ocaso sanandresano.
Claro que como más vale pájaro en mano, lo
mejor sería endosarle alguno de los obesos premios que te has ganado. Pero
bueno, el pintor manda en su paleta, las bellas en su punto G. y el poeta en sus versos.
Y vamos al grano: Resulta que un amigo también leyó tu crónica.
El hombre, Hugo Álvarez, sonsoneño, fue vecino de Dina, la Bardot paisa, en sus
mocedades en el barrio La América, de Medellín, donde muchos hicimos la tímida
primaria en el amor.
Vivían en la carrera 75, casa de por medio.
Dina nunca supo que Hugo la amaba perdidamente.
Practicó la moda de amar y consumirse desde el silencio.
Y ahora, la lagarteada: Álvarez, arquitecto
de UPB al que no se le ha caído un solo edificio, desea comunicarse con Dina 67
años después para darle un tímido beso por wasap, y confesarle su amor con
estrepitosa retroactividad.
Si le regalaste eslogan a “nuestro”
candidato Humberto de la Calle (“De la calle a Palacio”) espero que le
facilites al decimero y coleccionista de música antigua el teléfono de su
septuagenario amor.
(Entrados en gastos, dada tu condición de
futuro ministro de Cultura de De la Calle, si el poeta Eduardo Escobar no te
madruga, pídele a tu colega nadaista Humberto que la candidatura liberal se
defina al cara y sello.
Sería obsceno gastar 40.000 millones es en
un asunto baladí como definir una candidatura. El resultado lo adivina hasta
una gitana de primer semestre. Por culpa de la tal consulta, estoy que adhiero
a Vargas Lleras sin coscorrones. O al exprocurador Ordóñez, si renuncia a su
condición de pirómano de libros). od.
Jota, el hijo de Chucho, el sastre,
respondió al rompe: “Dale al sufrido Hugo el numerito de la musa esquiva”.
Hugo habló por teléfono con su primero y
eterno amor. De la charla salió un escueto parte:
“Después de 67 años tuve la dicha de hablar
con Dina, mi novia de niñez. Mil gracias”.
(En las fotos, Dina solita, en los años
sesenta en Medellín, y en con Patricia Ariza, otra histórica entre las mujeres
nadaistas que también tienen su historia extensa)
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