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El Transeúnte
Todas las calles que conozco
son un largo monólogo mío
llenas de gentes como árboles
batidos por oscura batahola.
O si el sol florece en los balcones
y siembra su calor en el polvo movedizo
las gentes que hallo son simples piedras
que no sé por qué viven rodando.
Bajo sus ojos que me miran hostiles
como si yo fuera enemigo de todos
no puedo descubrir una conciencia libre
de criminal o de artista
pero sé que todos luchan solos
por lo que buscan todos juntos.
Son un largo gemido
todas las calles que conozco.
-
Rogelio Echavarría, 'El Transeúnte',
en los 88 años del poeta
El Tiempo, Marzo 28, 2014. Impreso y virtual
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La página 28, completa
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EL TIEMPO, VIRTUAL
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El poeta y periodista cumplió 88 años el pasado jueves, es un raro caso en la literatura colombiana.
Desde hace varios años, el poeta Rogelio Echavarría ha ido aprendiendo el camino del olvido, mientras repite uno de sus versos, “y si olvidar es nunca haber sabido”.
Por eso va por la calle con una manilla en la que lleva su nombre y el teléfono de la casa. Sin embargo, lejos de parecer una representación trágica, asume su vida con el humor de siempre y dice que no se acordó de tomar la pastilla para la memoria, aunque tiene presente que vamos a ese sitio de nuestros encuentros (el café Oma) y por el que afirma que somos ‘omasexuales’.
El pasado 27 de marzo, el autor de El Transeúnte, uno de los libros de poesía con más ediciones dentro de la literatura colombiana, cumplió 88 años de vida y 75 de haber iniciado la publicación de su única y pausada obra.
Cuando le celebramos los 70 en la Universidad de Antioquia, aclaró que a los poetas no les festejan los años sino los centenarios y que él no aspira a llegar siquiera allá. Entonces, él recordaba que el primer impulsador de su creación poética fue Jorge Gaitán Durán, quien, en La antología de la nueva poesía colombiana (1949), dijo que su poesía está llena a la vez de ingenua frescura y de profundidad humana.
Mueve su lírica por zonas de claridad, pero implicadas de hondos sentimientos de desolación y soledad. Esta extraña mezcla de sombra y de luz, de fantasía y de realidad, de amargura y de simple gozo, integra una poética realmente original.
Mario Rivero, en una dedicatoria de sus Poemas Urbanos (1966), le escribió: “A Rogelio quien con su poesía cotidiana y auténtica, es el precursor de estos poemas”.
Algo similar afirmó Darío Jaramillo cuando dijo, en 1983, que este poeta fue el primero que abrió los ojos a la poesía de lo cotidiano y de la ciudad. Y Fernando Charry Lara sentenció: “En El Transeúnte se reconoce una de las manifestaciones mejor logradas en la poesía contemporánea de Colombia por dibujar, con rara intensidad, una imagen de nuestra vida y de nuestro tiempo”.
No obstante, este cumpleaños es un gran motivo para descubrirles a muchos colombianos una de las personalidades más significativas y sencillas, lejos de cualquier vana pretensión, detrás de la cual se esconde una historia admirable y ejemplar, que resume más de medio siglo de poesía. Él ha querido ser ante todo poeta y periodista, oficios que son sus grandes pasiones.
Amor y poesía
Empecemos con una referencia autobiográfica en una de las ediciones de El Transeúnte, en la Universidad de Antioquia. En esta se define el destino de su poesía: “Vio la luz el 27 de marzo de 1926 y esa misma noche vio la sombra. A muy temprana edad sufrió la orfandad a causa de la dispersión de su hogar. Sus padres se separaron y con ello tuvo la certeza de que en adelante debía abrirse paso en la vida a partir de cero. A los diez años dibujaba retratos y catedrales. Imprimía en la escuela un periodiquito a mano y con papel carbón. Y después, cuando ganó un premonitorio premio escolar, lo hizo con caracteres de caucho, y asumió otra de sus grandes pasiones, la armada y la corrección de pruebas.
Fue cuando profundizó en su lectura de Porfirio Barba Jacob, su primera gran influencia. A partir de entonces, los periódicos constituyeron su hogar, su escuela, su universidad, su trabajo y su descanso. El amor fue una de sus primeras fuentes de inspiración. En este momento se acercó al entrañable Neruda de Los veinte poemas de amor.
En el periodismo
A los dieciséis años lo llevó a trabajar en el diario El Pueblo, de Medellín, el que había sido director de su Liceo de la Universidad de Antioquia, el gran educador Julio César García.
Conoció a los autores antioqueños que más le interesaban: Mejía Vallejo, Castro Saavedra, Óscar Hernández y otros que menciona como grandes amigos. Tras otros horizontes y con el consejo de Fernando Gómez Martínez, el director de El Colombiano, decidió luego venirse a Bogotá, y su primer trabajo fue El Siglo.
Trabó amistad con los poetas nuevos del grupo Cántico: Andrés Holguín, Daniel Arango, José Constante Bolaño, Fernando Charry y Guillermo Payán, algunos de los cuales fueron los grandes amigos de sus mejores años.
También conoció a Rafael Maya, quien lo indujo con su estímulo y comentarios por los senderos de la lírica. Un año después sintió que su pensamiento era otro, sobre todo porque sus artículos eran considerados muy revolucionarios. A menudo recordaba que Laureano Gómez le criticó en este sentido sus notas sobre Neruda, y este momento ya sabía que su pensamiento era liberal.
Con una recomendación en la mano se fue a El Espectador. Allí lo acogieron don Luis Cano, el director; don Gabriel, el gerente; Guillermo, que hacía sus primeros pinos; Eduardo Zalamea Borda, ‘Ulises’, y José Salgar, quien lo nombró jefe de corresponsales.
Después no hubo día que no escribiera notas sobre problemas nacionales y temas culturales en su columna ‘De Rogelio’, en la página editorial. Él le publicó sus versos al lado de los poemas y notas de Mutis y las crónicas y cuentos de García Márquez. La última vez que Rogelio vio al nobel le recordó que sus títulos de crónicas como la del náufrago fueron escritos por él.
El humor ha marcado su vida. Esta es otra de sus expresiones y contrastes personales. Sus juegos y malabares verbales son memorables. En un reportaje publicado en La Nación de Buenos Aires, César Tiempo le preguntó: “¿Qué daría por no morir? La vida”, respondió.
En otro reportaje, Gonzalo Arango le dijo: “¿A quién le gustaría encontrar en el cielo?” “A los Santos”, respondió.
Esto, aunque afirma que siempre ha huido de ser chistoso, especialmente en la poesía. Rogelio vivió con el periodismo colombiano sus glorias y dolores desde el cierre de El Espectador por orden de la dictadura de Rojas. Entonces tomó sus cesantías y con la plata que necesitaba para comprar su casa, fundó con Felipe González Toledo el semanario Sucesos. De este afirmaba que fue una manera de sobrevivir libre aunque pobre. El semanario se publicó contra viento y marea, pese a la censura y a que le tocó estar preso.
En 1959, después de la dictadura, ingresó a EL TIEMPO, con la misión que le encomendó el doctor Eduardo Santos de transformar el periódico desde su armada. Luego fue nombrado secretario general de Redacción. Después, ante el crecimiento del periódico, Rogelio Echavarría escogió quedarse con lo que ha sido una de las razones de su existencia: editor cultural. Así, durante treinta años, la divulgación de los libros, las exposiciones y demás eventos culturales dependieron de su trabajo y el interés de dar a conocer nuevos valores y hacer la difusión constante de los consagrados.
En el medio de los poetas, pintores, actores y editores no hubo otra persona más conocida, durante varias décadas, porque todos tuvieron que ver con él, con su entusiasmo y generosidad, que ha comprendido las dificultades de información de la labor creativa. Quién no le debe en Colombia su reseña en ‘Carátulas y Solapas’.
* Escritor y profesor de las maestrías de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional y de Creación Literaria de la Universidad Central.
Un jubiloso jubilado
Aurelio Arturo fue el promotor de la primera edición de El Transeúnte, en 1964, cuando era ministro de Educación el también inolvidable Pedro Gómez Valderrama. Después, ante su comentario de que los nuevos poemas no daban para un nuevo volumen, Aurelio Arturo le recomendó que siguiera agregando textos al mismo libro como Whitman y Jorge Guillén. Así vinieron las demás ediciones. Estas son: Colcultura, 1977; Fondo Cultural Cafetero, 1984; Oveja Negra, 1985; Extensión Cultural de Antioquia, 1992 y Universidad de Antioquia, 1994 y 2004.
Sin duda El Transeúnte se inicia con Edad sin tiempo, de 1948. Por todo esto, me parece igualmente admirable que este poeta y periodista haya dedicado sus años de jubilado a otro ejercicio, compendiar su gran experiencia en el tema literario y cultural. Se trata de un gran poeta con valiosa información, con la que realizó Quién es quién en la poesía colombiana (Mincultura y el Áncora Editores, 1998), y una serie de antologías. La primera de estas, por recomendación de Colcultura, es una suma poética colombiana desde el siglo XVI hasta nuestros días, y que aparece con el nombre de Antología de la poesía colombiana (1998). Planeta le publicó Versos memorables (1989) y Lira de amor (1990).
El Círculo de Lectores, Los mejores versos a la madre (1992), Crónicas de otras muertes y otras vidas (1993), Los mejores versos al padre (1997) y Antología de poemas al hijo (2004).
ALONSO ARISTIZÁBAL
Especial para EL TIEMPO
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