http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com Cali, Colombia.
Y a los relacionados en: http://ntcblog.blogspot.com/2009_10_11_archive.html
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JULIO FLÓREZ. 1867-1923. Colombiano
http://julio-florez-ntc.blogspot.com/2010_07_29_archive.html
http://ntcpoesia.blogspot.com/2010_03_29_archive.html
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El poeta Julio Flórez (1867-1923) y el autor del Ensayo, el poeta Eduardo Carranza (1913-1985) .
Homenaje a El, también. Fuentes de las fotografías: Escritora Gloria Serpa-Flórez de Kolbe y la web, respectivamente .
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Pag. 63. (Imagen, ver en: Click)
JULIO FLÓREZ EN LA POESIA COLOMBIANA
Por Eduardo Carranza.
A la memoria inmarchitable de Luis Eduardo Nieto Caballero.
ROMANTICISMO COLOMBIANO
Hacia 1830 el romanticismo enardecía a todas las juventudes europeas, deliraba en las sienes de las mujeres y como un viento cargado de gérmenes abría de par en par las puertas del olvidado mundo del corazón. Con él volvían a la tierra la nostalgia y el ensueño, la pasión por la soledad, el hambre del infinito, el desatado amor, la ternura suspirante, la avidez, el frenesí, la improvisación y la desesperación. Un afán de aventura espoleaba los espíritus. Los hombres se abrazan, otra vez, al árbol patético del imposible. De las estrellas llueve tenuamente la melancolía. Regresaban al mundo la fantasía y el dolorido sentir.
Fue el romanticismo un alzamiento general de todas las fuerzas del sentimiento y de la imaginación de los creadores de belleza escrita contra el absurdo, rígido y helado del arte seudoclásico y razonador, sin sangre en las venas. "A las luces de la Ilustración opone el sentido del misterio, a la verdad del hecho, comprobada por la ciencia, una verdad originaria y distinta, acogida por todo el universo como una realidad superior, a la divinidad impersonal, que ha ordenado el mundo, según un riguroso 'espíritu de geometría', la divinidad cristiana, toda palpitante de afectos, a la tentativa de colocar la vida en una esfera de completa conciencia, donde todo acto esté definido en sus relaciones con cuanto le circunda, el esfuerzo de liberar lo concreto del cerco lógico que lo aprisiona, para sentirlo mágicamente vinculado a los valores eternos; al predominio de la actividad racional, el de la intuición contemplativa."
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Hay, desde luego, en esta rebelión, una serie de contradicciones internas, de tendencias diversas e incluso, opuestas, que no es del caso puntualizar aquí (Chateaubriand frente a Lord Byron, Hugo frente a Keats, Walter Scott frente a Musset, Novalis frente a Vigny, etc.) De todos modos la palabra romanticismo se identifica con las palabras Corazón y Juventud. El corazón alzaba su roja bandera (la juventud es, también dicen, de color púrpura) frente a la gélida, polvorienta y desmoronada fortaleza de la Razón dieciochesca. Para sumergirse totalmente en su yo elevado a la máxima tensión, el romántico renuncia al equilibrio, a la serenidad, a la medida. Y pone sus ojos en la invención deslumbrante, en lo desmesurado, lo extraordinario y maravilloso. "Ah, frappe-toi le coeur, c'est lá qu'est le génie", exclamará Musset. En el lívido crepúsculo del seudoclasicismo, se alza el romanticismo corno una antorcha sombría. "El romanticismo, ha escrito José María Valverde, ante todo, fue un 'giro copernicano' de subjetivación, suprimiendo la antiquísima idea de que el arte literario debía realizar modelos formales previos ...
El romanticismo vuelve de revés la posición del escritor. Ya no hay firmamento de estrellas fijas; lo que importa es lo que de hecho vive, tal como vive. El nuevo criterio de verdad y belleza reside en el manadero del corazón. La fulminante desaparición de la idea del cauce preexistente para toda obra crea un problema de excesiva libertad: el escritor quería evitar toda forma, como límite y mengua, pero puesto que tiene que valerse de alguna estructura -aunque sólo sea por el hecho de que emplea el lenguaje humano -, usa al principio los fragmentos, rotos y entremezclados, de formas que derribó el día antes ...
El romanticismo había empezado con el sentimentalismo, que complaciéndose en el chorro cordial de la interioridad emotiva, borraba los perfiles externos de la obra literaria y del mundo en cuanto hecho independiente y anterior al hombre: luego se profundizó en busca de lo peculiar del alma, la raíz de su libertad, y por ahí fue a parar al borroso laberinto de espejos -como dirá luego Antonio Machado- del yo individual, que se desdobla y evade cuando se intenta captarle en su pura autenticidad. Ante ese abismo inefable, la literatura bifurca su camino para contornearlo: el escritor vuelve la vista hacia el hombre en cuanto pieza del fluir social, o bien precisamente hacia sí mismo en cuanto artista, no ya en cuanto hombre. Esos dos sentidos - para entendernos mejor, el de la literatura de "ambiente" y el de l'art pour l'art - penetran por nuestro siglo hasta hoy.
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Pero hay dos notas comunes en toda la vastedad de la actitud romántica (el romanticismo es antes que creación literaria, una actitud humana, un talante); en primer lugar la pasión por lo lejano en un sentido temporal y especial nostalgiaa de los tiempos idos, de los paraísos perdidos o premonición de doradas edades por venir o incógnitas tierras de ilusión y maravilla oculta tras el ala de la distancia.
En segundo lugar hay también la sensación de destierro en el sentido más literal y etimológico de la palabra. Arnold Hauser en su obra "Historia Social de la Literatura y el Arte", describe así, de manera magistral, este fenómeno: "Cuantas veces los románticos describen la naturaleza de su sentido del arte y del mundo, se desliza en sus frases la palabra nostalgia o la idea de la carencia de patria. Novalis define la filosofía como 'nostalgia', como el 'afán de estar en el hogar en todas partes', y los cuentos como un sueño 'de aquella tierra natal que está en todas partes y en ninguna'. El elogia en Schiller 'lo que no es de esta tierra´ y Schiller, por su parte, llama a los románticos 'desterrados' que languidecen por su patria". Por eso hablan tanto del caminar, del caminar sin meta ni fin, y de la "flor azul" que es inasequible y tiene que seguir siendo inaccesible, de la soledad que se busca y se evita, y de a infinitud que lo es todo y no es nada ...
Nostalgia y dolor por lo lejano son los sentimientos por los que los románticos son desgarrados en todas direcciones. Echan de menos la cercanía y sufren por su aislamiento de los hombres; pero al mismo tiempo los evitan y buscan con diligencia la lejanía y lo desconocido. Sufren por su extrañamiento del mundo, pero aceptan y quieren este extrañamiento. Así define Novalis la poesía romántica como "el arte de mostrarse ajeno de manera atractiva, el arte de alejar un objeto y, sin embargo, hacerlo conocido y atractivo", y afirma que todo se vuelve romántico y poético "si se pone en la lejanía" que todo puede ser romantizado si se "da a lo ordinario un aspecto misterioso, a lo conocido la dignidad de lo desconocido y a lo finito una significación infinita".
El romanticismo salta el Pirineo y cruza el mar hasta la América recién liberada. La nueva sensibilidad, el nuevo sentir, llegan al que parece su natural asiento: un Nuevo Mundo, con paisaje desmesurado, libre, paradisial, adánico: romántico; con un tipo de hombre mezclado y turbulento en quien predominan la fantasía y el instinto: romántico; una geografía virginal y sobrecogedora por su extrañeza y poderío: romántica; una historia recién creada con la epopeya de las guerras libertadoras: romántica.
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Sí, en lo que alude al hombre, el romanticismo quiere poner 'el corazón al desnudo y expresar la intimidad en función del yo, protagonista esencial del drama planteado entre el poeta y el mundo, en lo que alude a colectividades y naciones, el romanticismo quiere revelar su secreto temporal y espacial: el pasado en la historia y la leyenda, el porvenir en palabras oraculares, el paisaje bañado en nuestra alma, prolongación de nuestro ser, coro y partícipe del drama.
La palabra poética - ha escrito bellamente Luis Rosales es la palabra nacional del hombre; la palabra poética es la palabra terrenal del hombre: crece desde la tierra y, por lo tanto, su altura se mide siempre desde el suelo en que nace. No puede transplantarse sin que queden al aire sus raíces. Lo anterior, que tiene validez para el romanticismo y más aún, para toda poesía, se cumple rigurosamente en los grandes románticos colombianos que asumen la gestión vatídica de expresar una plenitud de belleza, al hombre concreto - cuerpo y alma - de Colombia, situado en su tiempo y acompañado por su contorno terrenal. Se cumple en la palabra tierna y meditabunda de Caro, en la húmeda, agreste y sensible palabra de Gutiérrez González, en la palabra religiosa y patriótica de Ortiz, en la palabra épica de Arboleda, en la palabra esfumante y nocturna de José Asunción Silva, en la palabra ensoñadora y punzada por la melancolía de Jorge Isaacs, en la palabra apasionada y terruñera de Rafael Pombo, en la palabra anhelante de Rivas Groot, en la palabra colombiana, derramada, mortal y pesimista de Julio Flórez.
EL FIN DEL SIGLO: LA DÉCADA DORADA
En la última década del siglo diecinueve vive la literatura colombiana sus años más altos, fecundos y creadores. Es realmente una década dorada. Coinciden y conviven entonces varias generaciones y personalidades diversas, cada quien en su quehacer peculiar y siguiendo las más disímiles vetas de la inquietud estética. Ahí todavía el corazón quimérico y la tempestuosa cabeza de Núñez, capaz de pensar en América. Allí la ascética frente de Cuervo -el más grande legislador de la lengua imperial después de Nebrija - pulida por la sapiencia, alzando su portentoso monumento de ciencia lingüística. Ahí Suárez con su cabeza devastada por las vigilias, las meditaciones y las cóleras repitiendo con su prosa dorada y transparente el milagro de los siglos magistrales. Allí la figura titánica de don Miguel Antonio ...
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... Caro en quien tiene su áureo conocimiento todo el secular esfuerzo de nuestra nacionalidad hacia las disciplinas clásicas: todos los anteriores gérmenes y latencias, todo un secreto esfuerzo colectivo, toda una profunda vocación nacional, han concurrido para producir a este leonino y genial varón plantado como un peñasco en medio de la historia nacional y en quien tiene su cima de diamante el humanismo colombiano. Allí la crítica sosegada, lúcida y erudita de Gómez Restrepo. Don Rafael Pombo arrastra su apasionado atardecer entre los azulados fantasmas del corazón. El cenceño hidalgo de Yerbabuena moja su pluma en los jugos del terruño sabanero para escribir "El Moro". Diego Uribe pulsa su cuerda de llanto junto al recuerdo de Margarita. Rivas Groot capitanea el grupo de "La Lira Nueva" y su turbado corazón suspira hacia el infinito constelado de lágrimas y enigmas. Don José Caicedo y Rojas pasea el garbo de su prosa, de su capa y de su ingenio. A la sombra de los cámbulos del Tolima Grande, Jorge Isaacs lleva en la diestra, que antes moviera una espada, la flor azul de "María". Chisporrotea el ingenio de los versificadores festivos: el Marroquín de "La Perrilla", Soto Borda, Jorge Pombo, Rivas Frade. ..
Los maestros del costumbrismo -entre ellos algunos supérstites de "El Mosaico"- ahondan en esa entrañable veta nacional y nos dejan en su palabra mansa y evocadora el rostro de los días antiguos, el aroma de los usos y las fiestas de antaño, de la vieja patria casera y popular, hidalga y campesina, el rostro de los abuelos con su patético contorno de guerra y de romances, los ojos ensoñadores de las abuelas, rodeadas de flores y silencio ... Por entonces también, Candelario Obeso iniciaba (no olvidemos las canciones de bogas de Isaacs en "María") la poesía después llamada "Negra" o "Mulata" que ha tenido en toda la América del Caribe tan larga y prestigiosa descendencia. Y, solitario, el señor Casas, "el rústico cantor de los labriegos", encarnaba en su palabra el escondido soplo de la tierra natal, su humedad de savia y su nimbo de leyendas familiares. De otro lado, junto al noble y sereno magisterio de Sanín Cano, un grupo juvenil anhelante de una nueva belleza abría su alma a los más diversos reflejos europeos: Silva, Valencia, Hinestrosa Daza ... llamados los decadentes y considerados como absolutamente crípticos y herméticos traían una nouveau frisson a la literatura colombiana: lo que luego se nominaría el modernismo. Y no deja de ser casi asombroso que por aquella década se tradujeran en la remota Santa Fe, poetas que como Stephan George, Ruga van Hofmannsthal y Peter Altemberg fueron divulgados en Europa treinta años después. Relampaguea la prosa ...
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... polémica de Antonio José Restrepo y el Indio Uribe. En un idioma sobrio y elegantísimo escriben un denso periodismo ideológico Carlos Calderón, José María Samper y Carlos Martínez Silva. Fluye la prosa medular y varonil de Carlos Muro Torres, henchida de admoniciones y premoniciones.
Y vive todavía su nevada ancianidad, bajo el vuelo de la Bandera Colombiana, don José Joaquín Ortiz, a quien de niño Bolívar acarició sobre sus rodillas.
Y "La Gruta Simbólica".
Todo esto ocurría ¡lejos del mar!, bajo las últimas campanadas del siglo diecinueve en una pequeña y casi inaccesible ciudad andina que en ese tiempo se llamó ateniense y que, en el ámbito hispánico, lo era en realidad, por su radiante jerarquía cultura1. En la callada, lloviznada y monástica Santa Fe de Bogotá.
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LA GRUTA SIMBÓLICA
Dos Tertulias Literarias en Colombia han sido particularmente famosas: Una "El Mosaico", pasado el medio siglo "que se instalaba cualquier día de la semana, en la casa de uno de los socios" (era en la adormecida Santa Fe de 1860; reinaba el azul de otro tiempo, el azul de la Nueva Granada), y "ahí se charlaba, se improvisaban versos, se planeaban artículos de costumbres y se tomaba el refresco en compañía de las señoras (todavía nos llega el relente de las capitosas mistelas, el aroma del espumoso chocolate especiado e irisado, el perfume nostálgico de violetas que emanaba, entre baladas de Chapín, de las lánguidas señoras de otro tiempo). A los escritores costumbristas y románticos que así se reunían debemos los cuatro volúmenes de su revista llamada, también, “El Mosaico" de tan entrañable memoria, y los dos grandes volúmenes de "Cuadros de Costumbres" en donde nos legaron ¡y cuánta gratitud les debemos por ello!, la imagen de la patria vieja con su olor, su color y su sabor, amorosa y minuciosamente narrados.
Otra fue "La Gruta Simbólica", también de errátil asiento: ya en la noble casa del mecenas Rafael Espinosa Guzmán, ora en sitios tabernarios, ora junto a un piano en la "Gran Vía" o en los castizos ambientes --extramuros de la pequeña ciudad- a donde iba, entre rasgueos de tiple, bandola y guitarra, en busca de los manjares criollos y de dorados y diamantinos licores, la bohemia santafereña de mil novecientos.
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"La Gruta Simbólica" convocó a lo largo de un quinquenio -sobre poco más o menos- a unos setenta ingenios de la más heterogénea condición: hidalgos tocados por eI ramo poético, versificadores jocundos o meláncólicos, ingenios satíricos y festivos, poetas sentimentales y lunáticos, seres nocturnos y funambulescos ... Nos han dejado una estela encantadora de epigramas equívocos, copilas salaces, donaires picarescos, retruécanos y caricaturas verbales en verso, piropos y galanías: y todo ello nominado genéricamente chispazos. Y otra estela húmeda y enlunada de versos de muy diversa calidad al modo romántico en su crepúsculo enervante, febril, lloroso y necrofílico.
Pero cedemos aquí la palabra a Luis María Mora, el originalísimo y popular Moratín, el mordaz polemista de urticante prosa, el empecinado academicista, el poeta helenizante, nutrido de raíces griegas y latinas, el testigo insuperable de su grupo, el airoso narrador de la hazaña:
"El círculo o tertulia literaria en que se manifestó al principio de este siglo el furor de la juventud por el arte y la poesía fue 'La Gruta Simbólica', a la cual se dio este nombre por estar en ese tiempo muy en boga la escuela llamada Simbolista, sobre la cual había ardorosas disputas ... Lo que determinó el nacimiento de 'La Gruta Simbólica' fue la guerra. Nació debido a un caso fortuito y nació no de una manera prematura, sino en el momento preciso, entre un siglo moribundo y otro que nacía, como Jano, con una cara mirando al pasado y con la otra escrutando el porvenir ...
… Una noche, cuya fecha nadie podría recordar con precisión, andábamos sin salvoconducto unos cuantos amigos que veníamos de una exquisita cuchipanda, a las cuajes eran muy aficionados los literatos de entonces, con pocas excepciones. Era arte muy divertido, peligroso y nuevo ese de sacarle el cuerpo a las patrullas de soldados que rondaban las calles en persecución de sediciosos y espías, y hartos quites habíamos hecho aquella noche, cuando de súbito caímos en poder de una ronda. Componían el grupo Carlos Tamayo, Julio Flórez, Julio de Francisco, Ignacio Posse Amaya, Miguel A. Peñarredonda, Rudesindo Gómez y -el humilde autor de esta croniquilla, a los pies de vuestras mercedes. No podíamos andar de noche por desafectos al gobierno, y no nos quedaba más remedio que pasarla en un cuartel, cuando menos. De pronto Carlos Tamayo les dijo a los de la ronda: 'Señores, tenemos un enfermo grave, vamos en busca de un médico; acompáñennos hasta la casa a llamarlo. Aquí no más es'. El oficial consintió en ello. Golpeamos a la ventana de la ...
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.... casa de Rafael Espinosa Guzmán, y apenas asomó éste, Tamayo dijo: 'Doctor, ábranos que tenemos un enfermo grave' como usted lo ve (y señaló con disimulo a los soldados). 'Es preciso que vaya a la 'casa'. 'Lo haré en seguida (contestó con gravedad el doctor); pero sigan entre tanto”. Así lo hicimos y nos quedamos hasta las del alba.
Estaban de visita allí aquella noche don Luis Galán y don Pedro Ignacio Escobar. Había necesidad de emplear lo mejor que se pudiese las horas que quedaban hasta el amanecer, y preparamos una alegre tenida. A favor del delicioso vino con que nos regaló el amable dueño de la casa, recitamos versos, improvisamos un satírico sainete político, cantamos, reímos y olvidamos nuestra pasada cuita con la ronda. Resolvió entonces Reg que hiciéramos nuevas y frecuentes reuniones en su casa, y así, ni una coma más ni una menos, fue como quedó desde esa noche fundada 'La Gruta Simbólica' ".
"Un grupo de soñadores, músicos y poetas, al frente del cual iba él, se dirigía al camposanto a eso de la media noche, en bs más espléndidas ascensiones de luna. El grupo savaba la verja, tomaba el vial del Torreón de Padilla y penetraba en los osarios. Una melancólica música de instrumentos de cuerda sonaba en la cripta. Algunas aves sacudían las alas en los cipreses; cruzaban de lejos las luciérnagas de los fuegos fatuos y la luna iluminaba los mármoles de las tumbas. ¡Eran confidencias con los sepulcros! ¡Eran singulares serenatas a los muertos! Algunos inclinaban la frente contra los troncos de los árboles y meditaban. Algunas veces Julio Flórez recitaba sus versos a Silva. Luego el grupo tornaba ...
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a la ciudad antes de que los sorprendiese la claridad del día, y así terminaban las extravagantes visitas a tantos seres idos, ya libres de las cadenas de la carne".
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Entre varias imágenes suyas, escritas por "la mano invadida de corazón" de sus amigos y discípulos, escojo por natural, sencilla y conmovida, la que en seguida se leerá. La tomo de un libro delicioso, "La Gruta Simbólica" *, de José Vicente Ortega Ricaurte. Tiene la calidad y el encanto de un dibujo de la época:
. (* Detalles de la foto: http://picasaweb.google.com/ntcgra/JULIOFLOREZ142Anos22DeMayo18572009#5340197195375410754 )
"Julio Flórez sobresalía en 'La Gruta' por sus versos llenos de inspiración y por su triste y melancólica vida que parecía marchita en plena juventud. Nació en los floridos valles de Chiquinquirá. Su ilustración era poca y encarnaba el reverso de la medalla de un literato o de un pensador. 'Era - como dice Moratín - un sensitivo, y su alma, como una flauta divina, sonaba al más leve rumor de la brisa'. Crióse oyendo hablar de Bécquer y de Víctor Rugo, los dos poetas que en Colombia llenaron el último tercio del siglo pasado. Reverenciaba al autor de 'Las Orientales' y creía que a la música de sus versos obedecía toda la naturaleza como las serpientes a los cantos de Orfeo. A los 16 años de edad compuso una oda a Víctor Hugo, poesía que fue recitada por su autor en el Teatro Colón doce años después. Las últimas estrofas fueron recibidas injustamente con silbidos provenientes del 'gaIlinero'. Al otro día de este desagradable y torpe incidente, le preguntó alguien: ¿Quiénes te silbaron anoche, Julio? Y Alfonso Caro, que estaba a su lado, respondió por el poeta, sin vacilar: '¡Los miserables!' ".
El poeta amaba a Bogotá, y ella labró su popularidad con predilección y amor de artista. Las muchachas le señalaban con el dedo, porque él era el más fino intérprete de sus amores, y los mozos a su paso preguntaban: ¿Es este el poeta que embriaga ...
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nuestra juventud con sus dulces melodías? Las gentes del pueblo lo saludaban como si fuera un hermano en el dolor, y las mujeres alegres sonreían con ternura a la vista de aquel pálido bohemio que cantaba en versos melancólicos el vino y las orgías.
Era Julio Flórez de cuerpo delgado y de regular y bien proporcionada estatura. "Tenía -según la descripción que de él hace Luis María Mora- la frente ancha y espaciosa, recta la nariz, sedeños los cabellos de ébano, la boca sensual y unos ojos 'que soñaban despiertos, grandes y adormecidos como interrogando extrañas lejanías. Su color era moreno como el de los más bellos moros, y cualquier antiguo árabe español, en peregrinación a la Meca, le hubiera creído descendiente del gran califa de Córdoba. Y si algún devoto del profeta lo hubiera oído cantando con dulce y sonora voz y punteando con primor la guitarra o el tiple, de seguro hubiera creído que se trataba de algún muslime enamorado de alguna recatada y desdeñosa cristiana.
Usó siempre sombrero flojo y se abrigó siempre con largo y negro gabán, que lo caracterizaba y distinguía; y como su andar era lento, pero sin ninguna afección, todo ello le daba un seño inconfundible a su personalidad.
Para comprender qué cosa es un poeta popular, habría necesidad de volver a la época ya lejana de Julio Flórez. El poeta había llegado a lo más hondo del corazón de las multi1udes, y las multitudes habían penetrado bien adentro en el alma del poeta. De otra manera no se habría realizado el milagro sin igual de que todo un continente cantara sus canciones y lo saludara como el más exacto y puro representante de sus más íntimos sentimientos. Julio Flórez fue un romántico en el más fiel sentido de esta palabra, pero no fue el último, sino que románticos fueron más o menos todos los otros poetas colombianos de aquella época, con muy pocas excepciones".
Injustamente perseguido por el gobierno del general Reyes, emprendió gloriosa carrera de triunfos a través de las repúblicas de Hispanoamérica. No fue un diplomático con grandes emolumentos el que fue a visitar las capitales extranjeras; no fue un embajador ignorante y lleno de intrigas el que fue a deleitarse con la intelectualidad de innúmeros países; fue un cantor privilegiado que había salido de las mismas entrañas de la juventud. Su lira llevaba todos nuestros acentos y nuestros gritos, todos nuestros amores y nuestros presentimientos. Las multitudes se pusieron en pie para oír al ruiseñor de la patria, y hechizados a la música sin igual de sus canciones, sembraron de mirtos y laureles las sendas del poeta.
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Así lo veo andando por el filo del novecientos, con la mirada llena de cipreses. En el costado, desnuda, la herida de la poesía. La herida siempre doliente del infinito. Y perseguido por una mariposa negra. Por una mariposa azul.
FLÓREZ EN EL CORAZÓN DE SU PUEBLO.
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en llanto. Todavía anda, transparente, veredas y campos de Colombia, los días de fiesta, de amor o de melancolía, en labios de moza y de galán: ha logrado la que era para don Manuel Machado, gloria suma de un poeta y sus versos: que el pueblo los cante como suyos. Porque entonces se han integrado al común, a lo que es de todos, al cuerpo y alma totales de la patria, a su emoción tradicional, como invisible sangre generosa.
Guardadas todas las proporciones y distancias del caso, la gloria de Flórez en la modesta Santa Fe de mil novecientos es comparable a la de Lope de Vega en la altiva capital del imperio español en mil seiscientos. Eduardo Castillo, situado ya en otra generación y en otra estética, escribió, glosando el fenómeno sobre el que vengo discurriendo, la bella y expresiva página abandonada, muy Castillo, que quiero rescatar aquí:
"Julio Flórez fue, en lo que atañe a la notoriedad, un verdadero privilegiado. Hace cinco lustros, su nombre tenía la resonancia de una fanfarria triunfal. Y todos éramos vasallos de su principado lírico. Ni Pombo - el más excelso de nuestros poetas y quizá también el más excelso de la América Hispana- conoció, en grado mayor que él, los halagos de la popularidad. La copa de ajenjo que tendía su mano nos embriagaba capitosamente. Y sus melodiosos alaridos conmovían nuestras más íntimas fibras cordiales. Barrés ha llamado a Musset un energúmeno encantador. Y de esa manera se podría llamar a Flórez. Los mínimos sinsabores de la vida cotidiana tomaban en sus cantos proporciones de tragedia. La mirada de una mujer le hacía pensar en el suicidio. Y aquello era delicioso. Para que nada faltase a su popularidad, durante la pasada guerra civil un ministro de mano algo pesada le hizo el servicio de enviado por ocho días a la cárcel. Y esto le proporcionó una dichosa oportunidad para darse aires huguescos y escribir los sonetos Al chacal de mi patria, que podrían llamarse sus "Petits Chatiments'. Nada, pues, faltaba a su fama de cantor cívico e intérprete armonioso de todo un pueblo. Los odios y los amores de la muchedumbre vibraban en sus rimas. Y como lo anhelaba Carducci para sus versos, los suyos surgían plenos de saetas y de flores:
tu mi sei
come lor sacra e diletta;
ave, o rima. E dammi un fiore
per l'amore
e per l'odio una saetta.
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Por eso Flórez no conquistó la admiración de los que los aman, en la poesía, la exterioridad bella y suntuosa, los oros y esmaltes de la forma parnasiana. Pero conquistó, en cambio, algo que vale acaso más: la adhesión férvida de las almas que sienten. Y esa adhesión es, para el poeta que quiso poner en sus versos las vibraciones afectivas del gran corazón popular, el más preciado galardón. Además, la forma en arte es algo que suele estar sujeto a la mudable tiranía de la moda. Poemas hay que ayer nos seducían por la sonoridad de las rimas o por la brillantez de las imágenes, y que hoy, al leerlos, nos dejan indiferentes. El hechizo que hallábamos en ellos disipóse como el perfume cuando se deja destapada la redoma. Pero el calor de humanidad y el estremecimiento emotivo que el cantor verdaderamente inspirado pone en sus estrofas, es ,algo que no pasa. Por eso el divino y humano citareda de 'Las noches' nos lo dijo en un verso que será eternamente verdadero:
“Etre admiré n´est rien; l'affaire
est d'etre aimé".
GOTAS DE AJENJO
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LO TENEBROSO Y LO MORTAL
El poeta denuncia el tema de su libro en estas estrofas inaugurales; no pueden ser más definidoras y expresivas:
Hay una gruta, misteriosa y negra,
donde resbala bajo mustias frondas,
un raudal silencioso que ni alegra
ni fecunda: ¡qué amargas son sus ondas!
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Con qué impudor bajo esa gruta helada
mil flores abren su aterido broche ...
¡nunca el beso de luz de la alborada!
¡siempre el ósculo negro de la noche!
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Esa gruta es mi alma; y esa fuente
muda y letal, mi corrosivo llanto;
y esas flores, los versos que en mi mente
brotan al choque de fatal quebranto.
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Cierto es que hay ámbar y color y almíbar
en muchas de esas flores. .. mas te advierto,
¡ que éstas esconden repugnante acíbar,
olor de cirio, y palidez de muerto!
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El poeta indaga en lo más tenebroso de su alma. En ello coincide, instintivamente, con la introspección freudiana, con los hechos básicos del psicoanálisis que nacía por esos años; desciende hasta sus más turbias aguas interiores y navega por ellas alucinadamente. "El romántico se arroja de cabeza en el autodesdoblamiento como se arroja en todo lo oscuro y ambiguo, en el caos y en el éxtasis, en lo demoniaco y en lo dionisiaco y busca en ello, simplemente, un refugio contra la realidad, que es incapaz de dominar por medios racionales. En la fuga de esta realidad encuentra lo inconsciente, el seguro contra la razón, la fuente de sus sueños ilusos y de las soluciones irracionales para sus problemas". Y como su problema personal es el problema capital del mundo le subleva y angustia la universal indiferencia:
. .. Después, madre y hermanas, todas juntas,
alrededor de un féretro lloraban.
En la calle reían ... y a lo lejos
doblaban por un muerto las campanas.
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Y más adelante
y el cadáver se fue . .. con las abiertas
pupilas asomoradas . .. lo seguía
un callado cortejo de hojas muertas.
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Todo desemboca en la muerte y en su más obvio símbolo hamletiano; su desencantado pesimismo se expresará entonces en estrofas como ésta que tiene algún dejo calderoniano:
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Oh calavera sombría
cuántos misterios ocultas ...
y a mi razón cómo insultas
con tu mueca amarga y fría ...
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Y surge, a cada paso, con su lenguaje peculiar, la antigua admonición de Ausonio (Collige virgo rosae) tan frecuente y bellamente reiterada por los poetas del Renacimiento (Garcilaso, Ronsard, Góngora ... ) que podría resumirse en estas tres palabras: vivir es deshojarse, ergo, coge temprano, niña, la rosa encarnada:
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Niña ese pelo se cae
y esas pupilas se enturbian
y esos labios palidecen
y esas mejillas Se arrugan ...
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En algún trabajo mío he seguido la vena salobre del tema mortal en nuestra lengua española - lengua del tiempo y de la muerte - desde el jocundo Arcipreste y romancero adelante pasando por el querulante caballero Jorge Manrique, al atristado Garcilaso y el anhelante Fray Luis, hasta llegar a esa vertiginosa altura sombría de Quevedo y, siguiendo, el garboso Lope y el solemne Calderón hasta Bécquer taciturno y el hondísimo Antonio Machado y nuestro Silva nocturno y misterioso hasta la poesía que vivimos en el patético mediar de este siglo existencial y mortal, tan romántica por sus cuatro costados. Si para Descartes el hombre es "une chose qui pense", para el hombre hispánico es además y sobre todo "une chose qui nait e meurt". "Más que su término la muerte es un momento esencial y constante de la existencia humana", ha escrito Pedro Laín glosando a Montaigne cuando medita: "La mort c'est une partie de nostre estre, non moins essenrtielle que le vivre".
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Julio Flórez en su manera menor y popular a menudo pintorescamente macabra, se sitúa en esta sombría línea de la tradición hispánica. Así cuando exclama con un dejo de punzante y emavorecida tristeza cipresal que hace pensar en la pintura de Valdés Leal:
Bajo los altos cipreses,
el sepulturero, un día
cantaba de esta manera
con honda melancolía:
Entierro un grano de trigo
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y el grano produce granos;
entierro un hombre ...
y el hombre sólo produce gusanos.
.
La vida es un mar sombrío;
la humanidad, sin embargo, río ,
es que allí va a luchar;
yo soy agua de ese río:
menos dulce y más amarga
mientras más entro en el mar.
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En otras ocasiones la meditación es de sabor manriqueño, en fluyentes octosíIabos:
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que a Papas, y Emperadores
y Prelados
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados ...
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Y la muerte, otra vez, como la gran igualitaria, como la terrible segadora democrática de la pavorosa Danza Medieval: Flórez gemirá con morada insistencia su personal Eclesiasités finisecular a ras de poesía y con el típico idioma de un romanticismo desangelado y pantanoso:
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No os enorgullezcais, niñas hermosas
porque líneas' tenéis esculturales:
vuestras carnes se pudren y en las fosas
todos los esqueletos son iguales.
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Y de súbito se levanta la sobrecogedora pregunta que retumba sin sosiego de siglo en siglo vuelta hacia los mudos cielos hostiles con sus remotas galaxias de silencio:
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Cuando el último soplo de la vida
universal se extingue, y en el cielo
pare la noche de la muerte el vuelo
la gran noche, la noche sin medida:
¿ . . . qué será de este espíritu sombrío ...
de esta alma en que el dolor hizo su agosto?
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Sería obra de no acabar la simple enumeración de los puntos en que Flórez toca - a menudo con macabro regusto - los tópicos de muerte, tumba, camposanto, suicidio... que viene a constituir el sombrío leitmotiv de su palabra juvenil en curioso contraste con la escritura poética de la madurez.
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GIGANTISMO Y DELICADEZA
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Hay en el romanticismo dos vertientes expresivas: estentórea la una, en Yo mayor, solemne y sensorial; tenue y apenas musitada, la otra, en Mi menor, sensible, intimista. La primera podría tener su tempestuoso orgen en la montaña donde el Víctor Hugo menos estimable, el que vociferaba en su Sinaí marino de Guernesey entre truenos y relámpagos verba les y cuyo influjo, a menudo de segunda y tercera mano, fue avasallador en Hispanoamérica. La otra tiene su puro hontanar en las "Rimas" de Bécquer que invaden y fecundan, también, con su tierno poderío, toda la poesía en el área del español en el último tercio del siglo diecinueve. Julio Flórez bebe, alternadamente, en una y otra vertiente: tal vez con mayor frecuencia en la primera. Lo mismo que Vargas Vila, su contemporáneo, en su tonante prosa. Un ejemplo:
Yo soy como esas olas gigantescas
que, sobre el lomo enorme
del monstruo azul, se agitan y retuercen,
y van rodando sin saber a dónde.
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Yo soy como esas negras tempestades
que obscurecen el orbe,
y como inmensas furias desgreñadas
lloran mientras los ámbitos recorren.
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Yo soy como esos rudos huracanes
que, en las obscuras noches,
lanzan hondos quejidos lastimeros
en las arcadas de los anchos bosques.
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Entre decenas, escojo otro ejemplo del que fuera antaño archifamoso poema, el "Idilio Eterno", donde Julio Flórez hace cantar "mar y cielo en el mismo violoncelo":
Ruge el mar, y se encrespa, y se agiganta;
la luna, ave de luz, prepara el vuelo.
……………………………………..
. .. entonces el mar de un polo al otro polo
al encrespar sus olas plañideras,
inmenso, triste, desvalido y solo,
cubre con sus sollozos las riberas ...
………………………………………………
. .. y sueña que se besa con la luna
en el tálamo negro de la noche.
Y, finalmente, un pujante soneto en rotundos alejandrinos por donde cruza con vuelo llameante el arcángel alzado contra Dios, y símbolo de toda rebeldía, tan grato a los románticos revueltos contra el cielo:
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Del infernal abismo, con estruendoso vuelo
rasgando la tiniebla surgió Satán: ¡quería
ver otra vez la comba donde se espacia el día,
ver otra vez su patria, ver otra vez el cielo!
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Miró durante un siglo. Cuando colmó su anhelo
y recordó el proscrito que allá no volvería,
con honda pesadumbre, la formidable y fría
cabeza hundió en el polvo del calcinado suelo.
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Después ... lanzó un sollozo que pareció un rugido,
y luenga, azul y amarga, pugnó una gota en vano
por no salir del ojo del gran querub caído:
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¡Crujieron valle y cumbre, otero y bosque y llano,
porque la gota aquella, buscando inmenso nido,
formó, al rodar, la mole del pérfido oceano!
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Pero al lado de estas fábricas tempestuosas se abre de pronto el madrigal de ojos azules o tiembla de amoroso rocío la idílica violeta. Las pa
Una cuna rosada que la luna
tras de un cristal con níveo rayo armiña,
y en el mullido fondo de la cuna,
un ángel, una niña ...
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Las palabras, en puntillos de música, rondan en torno a la celeste novia:
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Blanco velo que al mármol importuna
flota sobre la frente inmaculada
y tersa la virgen desposada,
como un vago crepúsculo de luna ...
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Oigo el silencio. En las tinieblas flota
el fuego fatuo. El aura, entumecida,
el ala inquieta ... está como dormida ...
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Y el sorprendido, el puro hallazgo poético, la palabra inclinada sobre "el umbral de un sueño":
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Y vuela temblando sobre su palabra la sombra azulada de Bécquer, influencia común en casi todos los poetas de la "Lira Nueva": Silva, Arciniegas, González Camargo ... Aquí, por ejemplo, el tópico becqueriano melodiosamente resuelto:
Huyeron las golondrinas
de tus alegres balcones,
ya en la selva no hay canciones ...
¡Ay ... ! ¡que con las golondrinas,
huyeron mis ilusiones!
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En estas y otras palabras delicadísimas, está para mi gusto, el mejor Julio Flórez. Superado, claro está, por el de los grandes sonetos inmarchitables y algunos poemas de la serena madurez desencantada.
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LO MACABRO, LO GROTESCO, LO TABERNARIO
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Pero vivimos todavía, en cierto modo, en un clima poético que aún rige nuestra educación renacentista. Hay mucha vacilación y mucha oscuridad respecto a los fines de la poesía. Aún nos negamos a abrir unos ojos virginales, desnudos sobre la inmensa naturaleza y el horrendo hueco de nuestro mundo interior".
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Esta tendencia a ensanchar el mundo poético hacia otras zonas del hombre y de la naturaleza se acentúa en Baudelaire ("La Giganta", "La Carroña") y en Verlaine (el mundo lívido del absintio, el París arrabalero y canaille). Dentro de la estética heredada del Renacimiento y el Neoclasicismo había seres, cosas y palabras que eran oficialmente bellas y poéticas, y otras, apoéticas o francamente antipoéticas. Pero de un siglo a esta parte han hecho irrupción en el repertorio de los temas poéticos, lo feo, lo gro ….
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Cuando a la media noche me despierta
el medroso aullido
de mi perro que, acaso mal dormido
en el umbral obscuro de mi puerta,
de los trasnochadores el ruido
oye en la calle lóbrega y desierta ...
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Y lo morboso. En su fuga de la realidad, el romántico se hunde en 'Una especie de caos irracional y busea, a menudo con la complicidad de drogas y alcoholes, planos sonambúlicos, fluctuantes entre el relajado ensueño y el éxtasis equívoco.
"El falso azul nocturno de inquerida bohemia", del que hablara Rubén Darío. Sólo que esa bohemia inquerida por el gran Rubén era querida y requerida por algunos tertulias de "La Gruta Simbólica". De ahí se iba natural y fácilmente al culto, a la búsqueda y a la exaltación de lo grotesco, lo macabro, lo fantasmal, lo medroso y horrible, lo diabólico, perverso y patológico.
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No otra cosa son los poemas como el que sigue, escogido entre muchos similares:
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De noche cuando voy al camposanto
pongo el oido en las obscuras grietas
que abre el tiempo en el duro calicanto
de las tumbas, y en tanto
que agudas cual saetas,
las búhos me prodigan indiscretas
miradas llenas de profundo espanto,
oigo vagos ruidos
allá en el fondo de las negras cajas,
donde duermen las muertos ateridos,
envueltos en sus fúnebres mortajas.
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…
Y entonces, confundido
en busca de mi madre corro al punto,
y después de contarle lo que he oído,
ansioso le pregunto:
-¿No crees que ese ruido
de las tumbas indica
que entran allí las auras y retozan!?
Y mi madre al instante me replica:
-¡No es eso ... son los muertos que sollozan!
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Y el desgano, la polvorienta melancolía, el mohoso tedio de algunos ambientes agrios y sórdidos de la bohemia finisecular y los tristes alcoholes:
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En el sucio rincón de una taberna
fría y desmantelada,
semejante a una lóbrega caverna ...
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O lo ya francamente aplebeyado y tabernario, ayuno de calidad literaria y que sólo tiene un interés documental y social, de época:
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Siempre se emborrachaba y se dormía
en los más degradantes bodegones ...
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Hay, evidentemente - y podríamos traer muchos textos al canto - un vaho enfermizo en el romanticismo tardío de Colombia. Ello saca valederas - y aquí las transcribo porque vienen a punto - estas afirmaciones: "Si se califica al romanticismo de 'poesía de hospital', como hizo Goethe, se comete ciertamente una gran injusticia, pero una injusticia muy expresiva aunque no se piense precisamente en Novalis y en sus aforismos de que la vida es una enfermedad de la mente y que son olas enfermedades lo que distingue a los hombres de los animales y de las plantas. También la enfermedad, naturalmente, no es otra cosa que una fuga del dominio racional de los problemas de la vida, y el estar enfermo sólo un pretexto para sustraerse a los deberes de la vida diaria. Si se afirma que los románticos estaban 'enfermos', no se dice mucho; sin embargo, la declaración de que la filosofía de la enfermedad representaba un elemento esencial de su concepción del mundo, declara algo más. La enfermedad suponía para ellos la negación de lo ordinario, lo normal y lo razonable, y contenía el dualismo de vida y muerte, naturaleza y no-naturaleza, continuación y disolución, que dominaba toda su imagen del mundo. Ella significaba la depreciación de todo lo unívoco y permanente, y correspondía a la repulsión romántica a toda limitación y a toda forma firme y definitiva".
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PROSAISMO SENTIMENTAL
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Hay que abonar a Julio Flórez el haber intentado la poesía de lo diario, lo gris y descaecido, lo insignificante y familiar, a principios del siglo, en pleno auge del preciosismo, exotismo y aristocratismo rubendarista. Y el prosaísmo sentimental. En ello coincide, por momentos con Casas y Luis C. López que, oriUas del deslumbrante río modernista, hablaron con palabras cotidianas de la vida cotidiana. Los dos últimos pagaron su enfrentamiento a la rumbosa moda triunfante con la subestimación casi general de parte de sus contemporáneos y con esa especie de purgatorio del olvido en que se les mantuvo por varias décadas. Ahora se les hace justicia y empieza a brillar para ellos la luz perpetua. Flórez tenía ya orgullosa conciencia de su gloria póstuma escrita en el fiel corazón de su pueblo. Sabía que tocaba con su palabra poética al hombre eterno y elemental, en este caso al Colombianito de siempre, para siempre acompañado por sus canciones:
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Ya la posteridad grave y serena
al separar el oro de la escoria,
dirá cuando termine la faena
quién mereció el olvido y quién la gloria.
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Pero volviendo al prosaísmo sentimental he aquí un ejemplo muy original e insólito, si lo situamos en su tiempo de elocuente y efervescente romanticismo final y de nacarado, esmaltado y azul parnasianismo:
Si otro fue el hombre que sorbió en el vaso
de tu boca purpúrea el primer beso ...
no puede estar tu corazón ileso,
ni ilesa puede estar. .. tu piel de raso.
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En la vida decide el primer paso,
y a decirte verdad yo te confieso,
¡que es por eso no más ... no más por eso,
que aunque mucho te adoro, no me caso!
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No me caso contigo ... por exceso
de pulcritud. .. o por temor acaso ...
porque … porque... ¡el asunto es muy espeso!
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¡y además, porque un beso es siempre un caso
muy grave ... una razón de mucho peso
que hace pensar en ... en cualquier fracaso!
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Cruzan también, aquí, las sombras de Campoamor y de Bartrina a quien se ha llamado con feliz expresión "un Campoamorcito".
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DEL TIEMPO Y DE LA MUERTE
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la hora que se aleja me arrebata
del tiempo en la insonora catarata,
salud, amor, ensueños y alegrías.
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Al evocar las ilusiones mías,
pienso: "¡Yo, no soy yo!" ¿Por qué, insensata,
la misma vida con su soplo mata
mi antiguo ser, tras lentas agonías?
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¡Soy un extraño ante mis propios ojos,
un nuevo soñador, un peregrino
que ayer pisaba flores y hoy … abrojos!
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¡Y en todo instante, es tal mi desconcierto,
que ante mi muerte próxima, imagino
que muchas veces en la vida ... he muerto!
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Y aquí topamos, por fin, con este breve y asombroso acierto: el soneto inmarchitable e inextinguible, cuyos heridos endecasílabos "algo se muere en mí .todos los días ... " "que muchas veces en la vida ... he muerto" quedan, saeta quieta y temblando, hincada tenazmente en la memoria, como aquellos otros, también inextinguibles de Quevedo: " ... Soy un fue, un será y un es cansado". " ... presentes sucesiones de difunto".
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El soneto, "breve e amplissimo carme" que dijo Carducci, ejerció siempre una especie de imperiosa fascinación sobre casi todos los poetas de las lenguas románticas: galán artificio, difícil trabajo, vaso puro y geométrico, tentó y sedujo para siempre. En nuestra lengua contrasta su redonda música, su forma cerrada, absoluta y casi intemporal, con el romance medioévico y salmódico, abierto, fluyente: la forma río-camino. El soneto, ya se ha observado, tiene configuración escultural: es una grácil estatua "en que los dos cuartetos formasen la figura y los dos tercetos el pedestal con la inscripción lapidaria". Vale reiterar aquí que en ninguna otra literatura se ha conservado el soneto con tal vigencia, virtualidad y apertura hacia el porvenir, alternando con estructuras antiguas o primitivas (romances, alejandrinos, versos de pie quebrado) y con expresiones revolucionarias y novísimas. Valgan los luminosos ...
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.... ejemplos contemporáneos de Federico García Lorca y Gerardo Diego que ora nos dan el sereno y acabado soneto casi perfecto, ora el turbulento poema onírico y surrealista.
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Ha sido Colombia --quizá por su dorada y amorosa propensión al clásico equilibrio- patria de excelentes sonetistas. Ostentamos aquí una ininterrumpida y prestigiosa tradición desde los días virreinales hasta los años que vivimos. Por momentos, ha pasado por la poesía colombiana el meridiano del soneto en lengua española. (Sonetos de Pombo, graves, anhelantes, profundos. Sonetos de Caro, solemnes, marmóreos, henchidos de soñadora meditación. Deslumbrantes sonetos de Valencia, "de ancha cabeza y resonante cola". Sonetos de Luis Carlos López, erizados de humor y de malicia, rezumantes de ternura en lo más hondo. Sonetos arrobados y transparentes de Eduardo Castillo. Sonetos de Rivera, palpitantes frisos de la naturaleza tropical. Gentiles sonetos de Miguel Rash Isla y Angel María Céspedes. Sonetos del señor Casas, investidos de mágico realismo).
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Resulta por lo menos desconcertante el hecho de que un poeta profuso, desigual, a menudo desbordado y salido de madre como Flórez, logre sus creaciones líricas más hondas, duraderas y genuinas en el estricto cauce del soneto. Como Lope de Vega y Juan Ram6n Jiménez. José María Valverde comenta agudamente que el soneto sirve sobre todo a aquellos poetas cuya vena natural es más opuesta a su vigorosa cerrazón formal: su implacable artificio de metro y rimas contrarresta, con severa eficacia, la efusiva propensión a lo delicuescente e inacabado y entra a gobernar los fuegos y los torrentes del vatídico entusiasmo. La evidencia es, desde luego, que Flórez obtiene su máxima calidad lírica y sus más memorables aciertos en el soneto.
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En el siglo pasado se escribieron en nuestra lengua muchos versos llamados entonces filosóficos. No eran otra cosa que vacuas especulaciones rimadas, hinchado filosofismo, aire vano de tópicos que el aire se llevó. Media página de Nietzsche, de Bergson o de Heidegger vale, cuenta y deja más que leguas y leguas de tales versos (recordemos al peor Campoamor y al casi siempre peor – si vale - Núñez de Arce). Pero algunos sonetos de Julio Flórez: "Algo se muere en mí", "Todo nos llega tarde ... ", tienen la suprema eficacia de la poesía que se funde con el tono de nuestra voz, que milagrosamente nos acompaña como nuestras propias palabras, nuestro sueño y nuestra vigilia. No se trata aquí de abstractas y discursivas reflexiones sobre la temporalidad de nuestras vidas. Son ideas que viven y andan, tan entrañable y misteriosamente fundidas con la lengua poética como
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el alma y la sangre en el hombre. Es el pensamiento encarnado en la palabra poética. Y el poeta, tantas veces difuso, logra una extraña condensación conceptual. Las ideas están transidas, penetradas , circuladas - si puede decirse - por la emoción lírica, como por una savia pensativa.
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Ahora un paréntesis para encerrar la intuición que enseguida se expresa: (Y es que me parece ver que en el soneto "Resurrecciones", Flórez reitera y resume en fluida y mágica lengua y, guiado con seguridad por el relámpago casi genial del instinto antes que por la mano de la cultura, reitera, digo, el viejo tema de Heráclito el Oscuro, sus ideas sobre muerte, transcurso, vida, tiempo. Helas aquí siguiendo, en algún paso, a uno de sus glosadores: para él - ¡y todavía tienen validez sus sobrecogedoras cogitaciones!-, nada hay estático en el universo: ni siquiera el alma y la mente. Nada es: todo está siendo, todo deviene. Ninguna condición o calidad persiste incambiada, ni siquiera por un fugaz instante. Todo deja de ser lo que era y deviene lo que será. De hecho, el presente no existe. "'Pantá rei, ouden manei", "todo fluye, nada permaneece". Y el archifamoso "No nos bañamos dos veces en el mismo río, pues son otras las aguas". "Nosotros somos y no somos". En cada momento está muriendo una parte de nosotros mientras el conjunto vive).
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La muerte es tanto un comienzo como un acabar, y el nacimiento tanto un acabar como un comienzo. Y en cada segundo muere uno de nosotros. (Es decir uno de los muchos que hay en nosotros, en tanto que la vida vive. Así, yo mismo no soy en este momento el que era hace un momento).
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No creo que sea lo que antecede una pedante especulación. La concordancia es, asombrosamente, casi lineal.
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Este soneto, de todos modos, asegura a Julio Flórez un sitio en la más rigurosa y exigente antología universal hispánica. Y, aunque no haya cuajado en el lenguaje broncíneo, apretado y sombrío del "Señor de la Torre" de Juan Abad, puede hombrearse perfectamente con los grandes sonetos mortales y temporales de don Francisco de Quevedo, sobrecogedor poeta del tiempo y de la muerte.
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EL DESENGAÑADO
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Una vez más golpea en la puerta del corazón la palabra desengañada, de linaje arábigo-andaluz: Dicen que Mutamid, el rey - …
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Todo me ha fallado, hasta la muerte.
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La de nuestro Julio Flórez es la misma melodía desencantada, la eterna estrofa con agua diferente.
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Nunca se satisface ni se alcanza
la dulce posesión de una esperanza ...
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El romántico -y "¿quién que es no es romántico?"- anda tras el espejo de esa esperaza, cuyo símbolo es la "flor azul", ese huidizo, ese inhallable talismán, nube dorada en lontananza, llave de la felicidad, único sí posible y verdadero para la viajera ansiedad, testimonio siempre lejano de una realidad supraceleste. "Nadie ha visto la 'flor azul', nadie sabe cómo huele y dónde puede estar, pero el romántico hace de su vida una peregrinación sin rumbo en busca de ella" .
Y al oído del corazón, desde la penumbra de mil novecientos, desde la puerta entreabierta del nuevo siglo el tembloroso verso insiste con los ojos llenos de lágrimas, insiste con su enlutada melodía:
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…¡todo nos llega tarde … hasta la muerte!
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“ORO Y ÉBANO” – POESÍA EN USIACURÍ.
Clausurados los años de la turbulenta mocedad, de la bohemia alucinante, las arrogancias libertarias (que dejan en su obra unos cuantos testimonios de intención político-social, interesantes apenas como encrespadas arengas), y las errancias ultramarinas, Julio Flórez se refugia con su madurez desencantada y el corazón encanecido en un pueblo "calentano" de la costa de aquel mar que había cantado con énfasis victorhuguesco:
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Aquí estás a mis plantas tembloroso,
tendida al ronco viento la melena
blanca y azul; tu aliento de coloso
alza hasta mí la movediza arena ...
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Como Don Quijote, vuelve a la aldea, mas no para morirse de melancolía- sino para envejecer tranquilo entre muros de hogareña
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ternura y seguir escribiendo, como siempre, con la punta del corazón. Yy a conversar con su alma. Por el frescor de la madrugada, erraría una ráfaga de jazmín y limón, mientras la luz enardecida desemboca en el valle "como una roja turba de leones". Llegaría hasta las hamacas del corredor el cloqueo de las gallinas y el fecundo vaho - leche espumosa y boñiga - del corral. Un balanceo lento y monótono de siesta tropical tendrían las horas, como en los poemas rurales de Luis Carlos López. El poeta lo mira todo con resignación estoica, como quien está a punto de desprenderse de este mundo:
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He quemado las naves de mi gloria.
Hoy en un monte milenario vivo
el resto de esta vida transitoria
a todo halago mundanal esquivo ...
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Y llegaba la obvia reminiscencia del tierno y colérico agustino en su huerto de "La Flecha", orillas del Tormes:
He entrado como el monje en "la escondida
senda" a vivir las horas placenteras
de aquella dulce y sosegada vida ...
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Y próxima y lejana, la voz del mar, eterno confidente de las soledades, silencios y desengaños ("el mar, el mar y no pensar en nada ... ").
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Porque abajo está el mar con su llanura
verde o azul, rojiza o cenicienta.
El mar . .. mi único hermano en amargura ...
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Y la renovada amistad con los seres naturales, con las bestezueJas y los árboles, con todas las elementales criaturas del aire y de la tierra: ha renunciado a la falacia de la ilusión ciudadana:
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Ni falso amigo ni mujer liviana
cerca de mí; la azul enredadera
y el roble lleno de vejez lozana
son y serán mi amigo y compañera ...
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Y de pronto la suspirante nostalgia de algo que formó parte del corazón y se ha perdido y ahora vuelve en la tenue pisada evocadora de una canción nocturna:
Cuando bajo las sombras del vacío
en la noche, a lo lejos oigo un canto
algún canto de amor - a veces mío -
de esos que ha tiempos escribí con llanto ...
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Manos claras, serenas,
azuladas apenas
por la red de las venas
que parecían, al tocar las cosas,
por encima, azucenas
y por debajo rosas ...
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Y el lento, resignado atardecer que lo va borrando todo y que sólo pide paz y olvido mientras avanza contra la luz occidua el pecho de la sombra:
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Dejadme, pues, en paz; nada he pedido,
mas hoy que vivo retirado aquí,
mezo la cuna de mi niña y pido
olvido, sólo olvido,
olvido irrevocable para mí.
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Otra veta originalísima: la mansa ternura familiar, el arruno hogareño - donde aroman pan fresco, agua pura y lecho blando -, tan raro en la poesía de lengua española: para encontrarIe antecedentes válidos, que superen el prosaísmo casero, habría que remontarse a nuestro José Eusebio Caro (un poco lastrado en el tema por conceptuosas divagaciones), al mejor Campoamor y, más lejos, al renaciente poeta de Cataluña, Juan Boscán Almogaver.
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Vale transcribir íntegro, para no quebrar su delicada arquitectura, este soneto sencillo, fluyente, transparente como agua de manantial que baja de la montaña andina, humedeciendo el silencio y el pie dorado del verano:
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En medio de los árboles mi casa
bajo el denso ramaje florecido,
aparece a los ojos del que pasa
como un fragante y delicioso nido.
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Y hay razón: el amigo o el curioso
que a visitarme van de cuando en cuando,
hallan en mi mansión mimo y reposo,
fresco pan, agua pura y lecho blando.
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Cinco avecillas, plena la garganta
de las más inefables melodías
allí retozan bajo el ala santa.
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Mientras para acrecer sus alegrías
el padre - un viejo ruiseñor - les canta
una canción de amor todos los días.
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En contraste, "Mis flores negras", los versos más populares que en Colombia han sido y que, oídos lejos de la patria (Chile, otoño, melancolía por ejemplo), vueltos canción en una punzante melodía "nos hacen literalmente polvo".
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Oye: bajo la ruina de mis pasiones
en el fondo de esta alma que ya no alegras
entre polvo de sueños y de ilusiones
brotan entumecidas mis flores negras ...
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En el año de 1941 los hijos de Julio Flórez que con ejemplar, respetuosa y amorosa piedad filial custodian la memoria de su padre, editaron el libro "Oro y Ebano", integrado casi todo por versos inéditos hasta entonces y escritos la mayor parte en el retiro final de Usiacurí. Rafael Maya escribió en aquella ocasión un prólogo magistral al cual pertenecen las agudas observaciones que en seguida se leerán: "El presente volumen ... es la mejor colección de versos del poeta colombiano, o aquellla que ofrece menos saltos y caídas en su inspiración. Aquí el tono es uniforme y sostenido dentro de aquellas condiciones fundamentales del arte de Flórez, que provenían de su especial genialidad, de la escuela literaria en que hubo de formarse, y de la época, elemento este último que es necesario tener muy en cuenta al estudiar al autor. Por lo menos, no hay en esta colección lírica ni canciones fútiles, ni estrofas de ocasión ni mucho menos las consabidas improvisaciones que tanto perjudicaron al buen nombre literario de Flórez. Aquí todo es serio, y si no se puede decir que todo sea excelente, al menos hay que convenir en que las composiciones del presente volumen tienen un carácter de decoro poético que satisface y puede colocar el nombre de Flórez en el1 sitio que le corresponde como gran lírico, y no sencillamente como trovador popular.
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Hay una circunstancia personal que explica este nuevo tono. Flórez, en la época en que escribió estas composiciones, vivía tranquilamente en Usiacurí, pueblo pintoresco y amable de la costa atlántica, y había formado un hogar respetable y era poseedor de una decorosa fortuna pecuniaria. La bohemia bogotana había arruinado su salud y él recurrió a ese geórgico retiro en busca de aguas medicinales y de tranquilidad espiritual. Obtuvo ambas cosas, con buen resultado para su organismo y para su alma. En Usiacurí comenzó una nueva vida y al par que la salud ….
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física, sintió renacer las fuerzas creadoras de su espíritu. Los amigos de 'La Gruta Simbólica' quedaban bien lejos, sumergidos cada vez más en su bohemia barata y en su equívoca profesión de lunáticos. El había vuelto los ojos a la naturaleza, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos, cómo que en ella hay también algo de esa maternal providencia cantada en las 'Letanías' y la buena tierra premió el retorno del hombre arrepentido, dándole casa, mujer, hijos y ganados. Otra cosa le otorgó, más preciosa quizá que las comodidades personales y fue el primer privilegio de la meditación. Flórez había sido un poeta poco introspectivo, no obstante sus aparentes alardes de reflexión interior, que formaban parte de la retórica romántica. Nunca, en realidad de verdad, había estado frente a sí mismo, si no era para decimos su eterno monólogo sobre el amor desesperado. En medio de los campos se verifica para el poeta aquella aparición a que tenemos que asistir alguna vez en la vida: la aparición de nuestra propia alma".
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JULIO FLOREZ, COLOMBIANO
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De todos modos allí está su poesía y de allí nadie la mueve, porque la asiste la eternidad del corazón, que fuera el primero entre sus clásicos y el manadero esencial de su obra y porque su
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palabra poética alude a lo genéricamente humano y fluye, como los días, muchas veces acompañadora y confidencial hacia nuestra soledad de hombres. Desde hace medio siglo, muchas aguas poéticas han pasado bajo los puentes, muchos principados líricos se han desmoronado, pero la obra de Flórez permanece inconmovible.
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Le vemos en su lejanía con su hermosa palidez antigua, abrazado al femenino brazo único de su guitarra. Y con el doloroso ademán de su estilo "como una mano apretada sobre la herida". Su poesía es también, una vena azul de la patria.
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Nos emociona para siempre el hombre, el poeta que soñó para su tumba este epitafio: Julio Flórez, colombiano.